La Voz de Galicia
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En la antigua Grecia, el Hybris hacía referencia a la actitud insolente y desdeñosa con que un personaje poderoso trataba a los demás. Exceso de confianza que lo llevaba a no interpretar bien la realidad y a cometer serios errores que al final siempre recibían la visita de Némesis, la diosa griega del castigo. El Hybris es para el filósofo David Cooper una actitud que no reconoce la autoridad y rechaza las advertencias de los otros, tomándose a sí mismo como el verdadero modelo. Hanna Arendt también describió la debilidad de Pericles cuando fue poseído por el Hybris del poder y Shakespeare desarrolló todo un estudio sobre el tema en su Coriolano. Sir David Owen, ex premier británico y a la sazón médico neuropsiquiatra, describe el síndrome de Hybris en los políticos, aunque bien podría aplicarse a muchos otros poderosos. Consiste en una serie cambios mentales a los que el ejercicio del poder puede llevar. Triunfos que les hacen sentirse excesivamente seguros de sí mismos y despreciar cualquier consejo que vaya en contra de lo que creen como la única verdad, desafiando a la realidad misma. Para que un mandatario sea identificado como afecto del síndrome Hybris es necesario, según Owen, que estén presentes más de cuatro síntomas de una relación de catorce. Señalaré algunos que parecen estar presentes en el señor Artur Mas, el señor de los enojos protocolarios y los desafíos encendidos, y en muchos otros que seguro podrán diagnosticar: una inclinación narcisista a ver el mundo como un escenario en el que ejerce su poder, en vez de un lugar con problemas que requieren un planteamiento no autorreferencial. Una forma mesiánica de hablar de lo que están haciendo y una tendencia a la exaltación ante las masas. Una identificación de sí mismos con la nación o el colectivo, hasta el punto de considerar idénticos los intereses de ambos. Una tendencia a hablar de sí mismos en tercera persona o utilizando el mayestático «nosaltres», «la clase obrera»… La creencia de ser responsables solo ante la historia. Permitir que la convicción en la rectitud moral de sus actos haga innecesario considerar sus daños colaterales. Un progresivo aislamiento que solo permite la compañía de una camarilla que alienta su convicción.
Lo preocupante no es el Hybris del rey Artur, ni de tantos otros políticos, sindicalistas o poderosos de todo tipo, sino cuál será el correctivo que aplicará la diosa Némesis. Porque de no encontrar pronto remedio a tanto afectado, la diosa del castigo nos acabará dando pal pelo a todos.