Básicamente existen dos tipos de animales: los gregarios jerarquizados —como los simios y nosotros—, y los solitarios territoriales.
Los animales gregarios pueden vivir en cualquier territorio, pero no pueden existir sin un grupo y una jerarquía en cuya cúspide se sitúa el líder. El grupo para este tipo de animales, constituye lo que Gofman denominaba una institución «total», es decir, aquella dentro de la cual discurre toda la vida, se nace, se crece, se reproduce y se muere; con la particularidad de que en nuestro caso, esa vida será más o menos confortable según la posición jerárquica que se ocupe.
La posición jerárquica puede venir dada por nacer en una cuna privilegiada o bien por ir escalando en la jerarquía según el esfuerzo o la habilidad que uno pueda desarrollar.
Los animales solitarios territoriales son el opuesto. Viven en soledad la mayor parte de su vida y sólo se encuentran sexualmente en momentos predeterminados para aparearse y nada más.
Cuando un animal grupal se va o es expulsado del grupo se transforma en un bicho raro, se queda sin la posibilidad de ubicarse en el ranking jerárquico, deja de ser amo o esclavo dentro de la jerarquía y se le agria el carácter. Se vuelve más vulnerable y más agresivo, se apodera de él el rencor —que es el odio eterno—.
Vivimos en un mundo globalizado en el que prácticamente el grupo de pertenencia es ya planetario, en el que no existen fronteras infranqueables ni grupos inaccesibles y, sin embargo, cada vez se aprecia más un repunte del —permítame el neologismo— «minifundio mental».
El minifundio mental consiste en una construcción de la realidad en la cual trazamos una frontera dentro del grupo, pasando a considerar que lo que queda dentro de los nuevos límites es el verdadero grupo. La ventaja que este delirio —de latín delirare, salirse del surco— reporta, consiste en la menor dificultad que brinda para la pelea jerárquica. Es la ventaja de ser cabeza de ratón, en vez de cola de león, una cuestión de mayor o menor esfuerzo; cuanto menos en el grupo, más facilidad para alcanzar poder.
Lo que actualmente nos está pasando es un problema de minifundio mental. Lo que le ha pasado a Grecia —aparte del componente delictivo de sus gobernantes— es un problema de minifundio mental, de creerse aislados del gran grupo para poder hacer de su capa un sayo en privilegio de unos pocos, generalmente la clase política, que en su delirio llegan a creer que pueden hacer lo que les venga en gana como si no pertenecieran a otro grupo más que aquel en el que tienen poder. Al final, el delirio remite en el momento en que el verdadero líder les enseña los dientes y les recuerda que no son más que monos de tercera división —con todos mis respetos a los de tercera—.
Con la fusión de las cajas gallegas pasa lo mismo, es una cuestión de minifundio mental que se ha resuelto cuando el mono alfa —que no se llama Feijóo— ha gruñido de verdad.
El debate suscitado con las facultades de Medicina en cada esquina, los aeropuertos o los puertos exteriores a la puerta de casa, como los estatutos de autonomía o los problemas con el agua, también son problemas de esta índole minifundista mental..
Si uno analiza el problema en clave ecológica se da cuenta que lo que ha nos está pasando es que se han extinguido los grandes líderes. Ausentes ellos, se ha desatado una pelea por el poder pero como no hay una dentadura suficiente admirable como para liderar grandes grupos, el minifundio mental ha venido a generalizarse produciendo una atomización del conjunto en la que los reinos de taifas han vuelto a reverdecer y «todos quieren ser califa como el califa». Cuanto más globalización más fronteras.
Los líderes de nuestro entorno son de perfil blandito, ni Zapatero, ni Rajoy, ni Sarkozy, ni Cameron, ni el innombrable presidente belga de la UE tienen maneras de líder. Difícilmente podremos resolver esta crisis —que lo es de algo más que de dinero— con gente así.
La consecuencia de este minifundio mental, es que cada vez actuamos más como animales solitarios territoriales. La estrategia para este proceder —como comentaba en esta misma columna la semana pasada— consiste en identificarse como víctima de algo, da igual que sean los tiburones financieros, la prensa o los del pueblo de al lado. Una vez adquirido el estatus de víctima ya se tienen argumentos para desmarcarse de la manada y pasar a ser un solitario con poder en un territorio enano.
Ser solitario territorial, aparte de ir contra nuestra naturaleza, supone estar eternamente enojado y defensivo, que es la actitud que se observa en nuestros liderines cuando intentan llegar al más mínimo acuerdo.
Presos todos del minifundio mental.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitariode Santiago (CHUS)