La Voz de Galicia
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“La cosa está muy malamente”, sentenciaba un paisano con el que suelo intercambiar algunos comentarios sobre la actualidad cuando voy al mercadillo. Y la verdad es que en estos últimos días se ha llenado el aire de un tufo de lo más rancio y desagradable.
Debe ser la crisis lo que hace que el país deambule por su historia como una vaca sin cencerro; la que hace que el patio se altere de tal manera que nadie encuentre el método ni la estrategia para encontrar una salida serena.En Psicología, las situaciones críticas se definen como sucesos que causan un gran impacto emocional capaz de paralizar los recursos habituales de las personas o grupos que en circunstancias normales se comportan de manera eficaz.
Y algo de esto parece que nos sucede, toda vez que la actitud que se observa ante lo que está cayendo es tan inútil como singular.
Uno de los aspectos más significativos de esta actitud de parálisis con que estamos enfrentando la crisis, es el hecho de que el run run de la opinión pública se escuche casi exclusivamente en términos victimarios. De repente, todos nos hemos convertido en víctimas de algo: desde Garzón a Cataluña, desde Vigo a A Coruña, desde Bono a Camps, desde el presidente de la patronal al sindicalista represaliado, desde Haití a Lousiana, desde las checas al valle de los caídos…
Puede parecer que esta reivindicación del victimismo —esta especie de necesidad de identificación colectiva con algún tipo de víctima— es un reflejo de la sensación latente de catástrofe que se ha instalado en nosotros. Pero no es así, más bien es todo lo contrario.
Vivir en un Estado de Derecho es uno de nuestros mayores logros, pero parece que cuando la cosa se pone fea, la tendencia que se observa es a reinvidicarlos con la misma intensidad que se olvidan los deberes y sobre todo, nuestra responsabilidad.
John Taylor —tres años maestro del año en New York— escribía no hace mucho:“Si usted puede establecer un derecho y demostrar que está privado de él, entonces adquiere el estatus de víctima”. Si la salud es un derecho, puedo disfrutar de un excelente sistema sanitario tanto como abusar de él y —caso de que se colapse— exigir daños y perjuicios. Defendemos tanto nuestra libertad como declinamos nuestra responsabilidad: el beneficio es mío, la culpa es del otro.
No es de extrañar que en un momento en que vemos un horizonte en el que sólo se atisban recortes del bienestar, la gente reaccione abrazándose a sus derechos, convirtiéndose en víctima y exigiendo responsabilidades al otro. El problema es que el otro también hace lo mismo y aquí no hay quien diriga la orquesta.
Se instala así —como lúcidamente señala mi amigo el psicoanalista Manuel Fernandez Blanco— una sociedad de castas al revés donde haber padecido un daño reemplaza a cualquier otra ventaja: estamos viviendo bajo la aristocracia de las víctimas. Víctimas que reclaman intereses particulares, en ocasiones legítimos, y en otros simples coartadas para todo tipo de astucias; estamos en la época de las excepciones en la que todos queremos ser diferentes y nada da más rédito hoy en día que hacer de la excepción privilegio.Ya no hay mendigos que piden sino pícaros que exigen. Esto supone una fragmentación de los social, un auge de lo sectorial, de lo particular, de lo individual, con lo que cualquier proyecto general es complicado de llevar adelante. Es decir, la gestión de un gobierno —gestión porque políticos parece que se han acabado— es una simple gestión de los intereses de las minorías, es una gestión de la particularidades en busca de una armonización que permita conservar un semblante, una apariencia, de que lo colectivo aún existe.
Alguien tendrá que darnos un par de guantazos para sacudirnos el pánico, para que todos dejemos de churimiquear como víctimas despojadas de sus privilegios particulares y comencemos a funcionar como un colectivo responsable.
Quizás tenga que ser uno de esos extraterrestres a los que Stephen Hawking recomienda no dar muchas confianzas….o el Atlético de Madrid, que ha demostrado cómo se pasa de víctima a campeón.
Gloria colchonera!
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS)