La Voz de Galicia
Políticamente, solo se puede ganar o morir
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Contra pronóstico el Congreso de Estados Unidos tumbó el plan de Bush para combatir con dinero de los contribuyentes la crisis financiera que amenaza con destrozar Wall Street.

En el naufragio político de Bush (la historia lo juzgará muy severamente), tanto republicanos como demócratas comparten los honores  o las culpas de la derrota del proyecto. ¿Son héroes por no permitir destinar el dinero de los ciudadanos a salvar a los poderosos? ¿Son villanos irresponsables por no hacer nada por impedir un cataclismo aún mayor en la economía mundial? No lo sé, pero tengo claro que -para bien o para mal- en España esto no hubiera pasado.

Aquí, una vez reunidos Zapatero, Rajoy, Alonso y Soraya, una vez concretado el plan, todos los diputados de ambos partidos habrían dicho amén (recordad la guerra de Irak). En Estados Unidos no existe esa disciplina. Los escaños no son propiedad de los partidos, sino de sus ocupantes, que describen una trayectoria política más o menos independiente según sus intereses y su margen de maniobra. John McCain es un buen ejemplo de republicano que va a su bola.

Aquí la disciplina de partido y voto es un muro insalvable -con su parte superior llena de cristales rotos (como los de muchos colegios que segregan a los alumnos por sexos)-. Así se se anulan voluntades y se limita las posibilidades de los que no sean políticos profesionales -como Zapatero y Rajoy-. Es una carrera que premia la lealtad y a los corredores de fondo, que dificulta el acceso de outsiders millonarios -Ruiz Mateos  o Gil fueron una excepción-.

Lo que sí comparten la cultura política española y estadounidense (y todas las del mundo) es un mandamiento: piensa siempre en las elecciones y no tomes ni apoyes decisiones impopulares cerca de las elecciones. En noviembre Estados Unidos no solo elige presidente, también renueva una parte de la Cámara de Representantes. Y muchos de los que ayer votaron quieren seguir en el cargo.

Lectura recomendada:  La crisis y la separación de poderes, por Luis Pousa.