La Voz de Galicia
Políticamente, solo se puede ganar o morir
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Italia,  país  lleno de contrastes y turbulencias políticas, sufrió hace ya veinte años la voladura del sistema de partidos que articulaba el Gobierno de la República. La fuerza hegemónica desde la postguerra mundial, la Democracia Cristiana, implosionó tras pagar la elevada factura de la más que institucionalizada corrupción que salpicaba a los cimientos del Estado. Aquel proceso, conocido como Tangentopoli (tangente es soborno en italiano), también se llevó por delante a otros grupos mayoritarios. Y provocó en 1993 la formación de un Gobierno de concentración presidido por un independiente, Carlo Azeglio Ciampi, que reformó el sistema electoral e intentó quitar poder a los aparatos de los partidos a través de una fórmula de elección mayoritaria. Funcionó. Para bien y para mal: aparecieron nuevas formaciones; y entró como un ciclón el berlusconismo.

En España, los casos de corrupción que cada día salpican la actualidad  (y que afectan a los dos grandes partidos que se han turnado a la hora de formar Gobierno; últimamente más al PP) sitúan al sistema político en una situación de máxima tensión. Sobre todo por el caso Bárcenas, la enésima (y más esclarecedora) muestra de que casi todo falla en relación con la financiación de los partidos. Desde hace muchos años.

El PP y Rajoy se tambalean con un escándalo que agita aún más a la indignada ciudadanía, víctima de recortes salvajes, despojada por la fuerza de decretos de derechos hasta hace poco tiempo inviolables, cada vez más desafecta, desconfiada y llevada más allá de los límites de la paciencia.

No faltan voces que auguran un futuro político cercano en el que los grandes partidos hayan perdido esa condición. En la que ninguna fuerza obtenga porcentajes de voto (y escaños) superiores al 20 %. En la que se registren amplísimas bolsas de abstención. Esa reconfiguración del mapa ya está en marcha: el bipartidismo (medido en datos de sufragios y actas parlamentarias) se bate en retirada.  Y esta puede ser irreversible. Incluso precipitada y desordenada si continúan emergiendo los escándalos.

Si llega el momento de la hecatombe de PP y PSOE,  surgirá una pregunta para nada peregrina, que esconde un debate clásico, tan viejo como la política: ¿hasta donde hay que llegar tirando de la manta? De las cenizas del actual sistema puede surgir otro dominado por figuras de corte berlusconiana. Si esto sucede y tiene consecuencias parecidas a las de Italia, nos haremos otra pregunta: ¿Era tan intolerable aquella corrupción? ¿Será mejor la futura?