Hay un calificativo que le viene como anillo al dedo a los gobiernos pasados, presentes y ¿futuros? de Feijoo: han sido, son y serán (al menos a corto plazo) presidencialistas.
Todo gira alrededor del solitario inquilino de la residencia presidencial de Monte Pío. En él recaen todo el peso político, la atención mediática y la popularidad. A cambio los conselleiros quedan reducidos a figuras de segundo nivel, desconocidas (por vocación, ¿por perfil?) para la mayoría de la población sobre la que gobiernan (las encuestas de conocimiento y valoración no dejan lugar a la duda sobre este aspecto), condenadas, salvo honrosas excepciones, al semianonimato.
Esta condición -la de falta de notoriedad pública- la comparten los conselleiros veteranos y la flamante incorporación al Consello de la Xunta, Francisco Conde, hasta la fecha asesor del presidente, y que tendrá competencias sobre Economía e Industria, un departamento capital para intentar conseguir el crecimiento que proclamó Feijoo como objetivo en su discurso de investidura.
Se presupone que Conde -exprofesor de estructura económica, estudioso de las instituciones comunitarias- tenga línea directa y plena sintonía con su jefe. También deberá tenerlas con el ya vicepresidente Rueda.
Oficializada con estos galones la condición de número dos del Ejecutivo, el político pontevedrés ocupa un escalón intermedio en esa pirámide tan estrecha (en la cima) y tan vertical que es el Gobierno de la Xunta. Por lo tanto, debe acaparar más protagonismo, demostrar su mayor peso político y mejorar su popularidad. La mano del Rey debe estar preparada para gobernar si el monarca (Feijoo) debe marchar a la guerra más allá de Pedrafita, pongamos (y solo supongamos) que hablo de Madrid.