La Voz de Galicia
Políticamente, solo se puede ganar o morir
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Ha muerto Santiago Carrillo. Su voz ronca, su discurso sensato y su mirada tan zurda como lúcida se apagaron para siempre a los 97 años en su casa de Madrid. Carrillo, en una foto del archivo de La Voz de Galicia

La noticia se supo por la tarde. Pasaban las cinco cuando dos tuits de dos políticos de Izquierda Unida, Antonio Cortés (de la ejecutiva federal de la coalición izquierdista, @antonioiu en Twitter) y de Alberto Garzón (diputado y valor político muy al alza, @agarzon en Twitter) pusieron a los medios sobre la pista del óbito. Todas las ediciones digitales de los medios de referencia cambiaron de repente sus planes. Se había ido una figura de talla estatal, un icono de la política del siglo XX, un superviviente de muchos de los conflictos que sacudieron la pasada centuria en España y en el mundo.

Carrillo era  un personaje discutido, con una trayectoria salpicada de luces y sombras. Siempre demonizado sus enemigos y despreciado en su día por muchos de sus antiguos partidarios, se ha ido como un referente para la izquierda, respetado por una mayoría que se había acostumbrarlo a oirlo en los medios desde que se retiró de la lucha partidista.

La historia de Carrillo es larga y está trufada de controversia desde sus comienzos en la agitada vida política y bélica de la II República enfrascada en la Guerra Civil (siempre ha sido discutido su papel en la matanza de Paracuellos) hasta sus maniobras desde el exilio y en la oposición exterior al franquismo. Pasó de la órbita de la Unión Soviética al Eurocomunismo sin perder su condición de enemigo público número uno para el régimen.

Carrillo fue determinante en la hoy tan cuestionada transición. Desde la clandestinidad y  al frente del Partido Comunista facilitó la reforma democrática sin ruptura con el franquismo que pilotó Adolfo Suárez. Aceptó la monarquía y renunció a intentar restaurar la legalidad republicana hecha trizas con la guerra.

Su rol -fundamental- para evitar un alzamiento militar no le proporcionó réditos electorales: en las elecciones de 1977 y 1979 el PCE quedó muy por detrás del PSOE, que se convirtió en el primer partido de la oposición. Fueron dos derrotas sin ambages.

Los comunistas de Carrillo, que fueron determinantes para la llegada de la democracia, no jugarían un papel fundamental en su desarrollo. Al menos no desde el Gobierno. Y tampoco desde la jefatura de la oposición. Reducida su fuerza parlamentaria a un puñado de diputados, Carrillo aún fue protagonista en el golpe de Estado del 23-F. En una acción armada en la que peligraba su vida fue uno de los tres diputados que no se tiró al suelo.

Su gesto de desafío tampoco le ayudó en la siguiente cita con las urnas, la de las elecciones generales de 1982. El descomunal triunfo del PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra (202 diputados) tuvo varias víctimas. Una de ellas fue el PCE, que solo obtuvo tres diputados. Cayó la cabeza de Carrillo. El líder histórico, el hombre que atravesó el desierto de la clandestinidad y el exilio, dimitió unos días después del varapalo. Y en el año 85 abandonó su partido de siempre, que tomaba otro rumbo hacia otras siglas, otros líderes y otros tiempos.

Animal político incansable, Carrillo lo intentó con otro partido, el PTE, pero volvió a fracasar. No sacó ni siquiera su escaño. Su trayectoria como líder político activo y relevante terminó.

Carrillo nunca se llevó muy bien con las urnas y tal vez fue un mal jugador del juego de tronos, pero gracias a su participación en los medios (siempre se consideró periodista), el tiempo y su capacidad oratoria, resurgió como referente para la izquierda. Aunque denostado hasta su muerte por un sector de la derecha, fue un político ejemplar: busco el poder con ahínco, y cuando más importó lo hizo de forma responsable; no lo consiguió. Y su trabajo nunca tuvo recompensa en las urnas. Pero sí de respeto. De los suyos. Y de muchos otros que nunca le hubieran votado. ¿Les parece poco?