La Voz de Galicia
Políticamente, solo se puede ganar o morir
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Laxe, en marzo del 89

Laxe, en marzo del 89

Casi un mes después del sorprendente -al menos para mí- resultado de las elecciones del 1-M, los derrotados resurgen de sus cenizas. Al menos los socialistas. Y no me refiero a los líderes, sino a los militantes,  simpatizantes y votantes habituales del PSdeG.

En varios espacios de participación de diversas páginas web he notado como -repuestos de la derrota- muchos internautas defienden con uñas y dientes el legado del bipartito y advierten de la -para ellos- involución que supone la victoria del PP en aspectos como urbanismo, transparencia o cultura.

Esta reivindicación ya tuvo lugar la anterior vez que el PP conquistó la Xunta tras una etapa en la oposición. Fraga fue elegido presidente de Galicia por primera vez en 1989. Logró mayoría absoluta. Como Feijoo. Por un escaño. Como Feijoo. Y tuvo que hacer frente en su primera legislatura al «efecto Laxe».

Me explico. Fernando González Laxe  dirigió durante dos años la administración autonómica al mando de un tripartito de gestión agitada en una coyuntura política y económica muy complicada. No fue un período boyante, pero de alguna manera, la figura política de su presidente resistió bien al paso del tiempo e incluso ganó en valoración y respeto.

¿Algo parecido puede pasarle a Feijoo con Touriño? Pues no sería descabellado. Hay que recordar que el actual presidente en funciones era el candidato mejor valorado por los electores y que la victoria del PP se explica, en gran parte, por la mala imagen del bipartito.

Si las cosas vienen mal dadas -que vendrán, dada la coyuntura económica y los graves problemas estructurales sin resolver en la comunidad (por ejemplo, la organización territorial y los desequilibrios entre zonas)-, que se prepare el futuro inquilino de Monte Pío, el fantasma de su predecesor puede emerger y crecer. ¿Hasta hacerle sombra?