La crisis mundial ha impactado como un torpedo bajo la línea de flotación del paradigma económico imperante en occidente. El liberalismo (en el sentido europeo) está bajo sospecha. Con razón. Es evidente que el mercado permite excesos, que no puede regularse a sí mismo, y que por si solo no sirve para articular sociedades equilibradas.
Si les hubiéramos hecho caso a los que propugnan un Estado débil y sin posibilidades de intervención, nadie podría amortiguar la caída de los gigantes financieros. Ellos se defenderán esgrimiendo un viejo argumento: «el mercado nunca ha funcionado sin intervención estatal». Es cierto. Y es imposible que en la realidad sea de otra forma.
Recuerdo de mis clases de Políticas al estadounidense John Rawls, uno de los filósofos políticos más relevantes del siglo XX, que enunció una teoría de la justicia distributiva que -simplificando mucho por mi parte- intentaba conciliar libertad e igualdad.
Rawls consideraba que había que hacer un borrón y cuenta nueva. Debíamos regresar a una posición original en la que los ciudadanos -ocultas todas sus circunstancias, diferencias, talentos, habilidades y distinciones por un velo de la ignorancia– lleguen a un consenso sobre las libertades y la igualdad de oportunidades.
Consciente de que es una interpretación subjetiva, personal, a mi parecer la principal aportación del llamado «velo de la ignorancia» de Rawls es, más que los aspectos referidos a la filosofía del Drecho y de la política, el sentido de colectividad (que no de colectivismo) que inyecta en el liberalismo (el clásico).
Algo así como si advirtiera de que, en efecto, la libertad personal o la de iniciativa son básicas; pero ojo, vivimos en colectividad y todo, ¡todo!, tiene consecuencias más allá del yo, de la familia, de la empresa… Nada ocurre en una isla.
Es muy oportuno recordar a Rawls. ¿Por qué? Al margen de cuestiones inmediatas, las referidas a la coyuntura actual, es bueno dejar patente que es falsa esa cantinela de que en EE UU nadie ha aportado nada a la política contemporánea.
Hay más «rawls» estadounidenses, incluso entre los primeros presidentes de esa singular república federal se encuentran personajes que son verdaderos apasionados de los postulados de la Reviolución Francesa –muchos de los cuales siguen vigentes como meta por incumplidos–.
Lástima que todo ese bagaje democrático, casi revolucionario, quedara en casi nada por culpa de las reformas de sesgo presidencialista que propició el muy británico (por monárquico o elitista) Alexander Hamilton.
Saludos y gracias por recordar a Rawls.