A mediados del pasado mes de abril se hacía público el que se denomina “An Ecomodernist Manifiesto” que está despertando cierto interés en el mundo ambientalista norteamericano pero que, sin duda, está llamado a trascender, por la calidad de sus promotores, a otros países. En realidad buena parte de quienes firman el “Manifiesto” pertenecen a un “think tank” que tiene su sede muy cerca de aquí, en Oakland (en la “East Bay” de la Bahía de San Francisco). Se trata del “Breakthrough Institute” al que ya nos referimos anteriormente. Destacan los nombres de Ted NORDHAUS y Michael SHELLENBERGER, ambos fundadores del citado Instituto y co-autores del provocativo escrito “From the Death of Environmentalism”, así como designados en 2008, por la revista Time Magazine, “Heros of the Environment”. También cabe resaltar la participación del director de cine documental, Robert STONE (por ejemplo, del documental “Pandora’s Promise”, también comentado aquí) o del escritor y periodista británico, Mark LYNAS (autor de libros de divulgación sobre el cambio climático como el titulado “Seis grados: el futuro en un planeta más cálido”), o, más reciente: «Nuclear 2,0«. En total 18 firmantes, pertenecientes a cinco países (Estados Unidos, Australia, India, Canadá y Gran Bretaña), científicos, escritores, investigadores.
El documento del “Manifiesto” –que se encuentra disponible en lengua inglesa en la página web http://www.ecomodernism.org/– consta de una Introducción o Preámbulo y siete puntos programáticos. Se parte de la base de que nos encontramos en nueva fase de la historia que se conoce como el “Antropoceno” o “Edad de los Humanos” (término acuñado y formulado por químico neerlandés Paul Josef CRUTZEN, Premio Nobel de Química del 2000). “Decir que la Tierra es un planeta humano es una realidad cada día más cierta. Los seres humanos proceden de la Tierra y la Tierra es remodelada por las manos humanas”, comienza diciendo el Manifiesto. Y, enseguida aparece la “clave de bóveda” del documento: la convicción de que “el conocimiento y la tecnología, aplicada con sabiduría permitirán lograr un buen, e incluso gran, Antropoceno”. Por supuesto que, todo esto, sin negar que existen importantes problemas en el Planeta y que es preciso “mejorar la vida de los seres humanos”, “estabilizar el clima”, y “proteger el mundo natural”, reduciendo los impactos ambientales y buscando la armonía entre las sociedades humanas y la Naturaleza.
El documento rezuma un acentuado optimismo y confianza en el futuro del Planeta. Se pone de manifiesto el extraordinario progreso de la Humanidad en los dos últimos siglos (incremento de la esperanza de vida, reducción de la mortalidad, difusión de la democracia, del Estado de Derecho y de las Libertades…), si bien, se reconoce que el desarrollo material se ha cobrado en un caro peaje sobre los recursos y el mundo natural (como por ejemplo, la extinción de especies animales).
Los firmantes del “Manifiesto” están convencidos de que es posible promover un “buen Antropoceno” si se invierten algunas tendencias pasadas y, en particular, disociar –o lo que es lo mismo, “desacoplar”, traduciendo lo más fielmente el término inglés utilizado (“decoupling”)- el desarrollo humano de la producción de impactos ambientales, así como reducir la dependencia de la Humanidad de la Naturaleza. Y, para fundamentar su posición el documento critica, tanto la idea que de los pueblos primitivos eran mucho más respetuosos con la naturaleza, como la influyente tesis del agotamiento próximo de los recursos difundida desde el año 1970 (con referencia clara al Informe del Club de Roma sobre “Los límites del crecimiento”).
“Los ecosistemas de todo el mundo están amenazados hoy porque la gente depende excesivamente de ellos…” proclama el “Manifiesto”. “Por el contrario, las tecnologías modernas –continúa diciendo-, utilizando los flujos y servicios de los ecosistemas naturales de manera más eficiente, ofrecen una oportunidad real de reducir la totalidad de los impactos humanos sobre la biosfera. Pero adoptar estas tecnologías es encontrar caminos para un buen Antropoceno”.
Muy bien esto de desacoplar el desarrollo económico del abuso y deterioro de la Naturaleza. Pero, ¿cómo lograrlo? Pues bien, en cuanto a la población –que suele ser uno de los “caballos de batalla” en el debate del desarrollo sostenible-, en el apartado segundo del “Manifiesto”, se afirma que su crecimiento se estabilizará este siglo (para luego declinar en el próximo siglo) y que su progresiva concentración en las ciudades (hoy más de la mitad de la Humanidad habita en ellas) permitirá reducir el impacto ambiental, al tiempo que cambian los modos de uso de territorio y se extiende el modelo de agricultura intensiva.
Quizá el punto más polémico del “Manifiesto” es el relativo al modelo energético, otra de las grandes claves del desarrollo sostenible. Se subraya –en su apartado 4- que el “acceso abundante a la energía moderna es un requisito esencial para el desarrollo humano y para desacoplar el desarrollo del consumo de naturaleza”. Los firmantes del “Manifiesto” se muestran preocupados por el lento proceso de “descarbonización” de la economía que nos lleva a un peligroso escenario para finales de siglo XXI de no menos de dos grados de aumento de la temperatura. Y la mitigación del cambio climático es, según ellos, uno de los mayores desafíos tecnológicos de este siglo. Pero, como la transición a un nuevo modelo energético (sin emisiones de carbono) no es sencilla, defienden la energía nuclear. “La fisión nuclear representa hoy la única tecnología de cero emisiones de carbono hoy en día con la capacidad demostrada para cumplir con la mayoría, si no todas, de las demandas de energía de una economía moderna (…)” Y, a largo plazo, “la energía solar de última generación, la fisión nuclear avanzada, y la fusión nuclear representan las vías más plausibles hacia los objetivos comunes de la estabilización del clima y el desacoplamiento radical de los seres humanos de la naturaleza”.
Frente a la crítica de una excesiva confianza en la técnica (que en otras épocas ha generado y sigue generando insostenibles impactos ambientales) los autores del documento declaran un “profundo amor y conexión emocional con la Naturaleza”. Pero, al mismo tiempo, defienden que la preservación de la “naturaleza salvaje” (de los paisajes, de la biodiversidad…), que la protección de sus usos no utilitaristas, es una opción “fundamentalmente antropogénica” y que las políticas de conservación se desarrollan según las diferentes preferencias locales, históricas y culturales.
El “Manifiesto” culmina con una reflexión socio-política de su propuesta que debe tenerse en cuenta en el contexto más amplio social, económico y político. Para el “ecomodernismo” que propugnan la modernidad que consiste en la “evolución a largo plazo de los acuerdos sociales, económicos, políticos y tecnológicos en las sociedades humanas hacia la mejora del bienestar material, la salud pública, la productividad de los recursos, la integración económica y la libertad personal”. Y, para ello se requiere, la participación activa de todos los sectores (sector privado y mercado, sociedad civil y el Estado), así como la “colaboración internacional en la innovación y la transferencia de tecnología” (en particular en los ámbitos de la agricultura y energía).
¿Desproporcionada confianza en la técnica? ¿excesivo optimismo en el futuro y en la capacidad innovadora del ser humano? ¿peligroso antropocentrismo? Son algunas de las cuestiones que plantea el “Manifiesto”. Desde luego que el documento no será aceptado por gran parte del movimiento ecologista (mayoritariamente contrario a la energía nuclear; aunque hay algunos que defiende un “ecologismo nuclear”), por los partidarios del “ecologismo indigenista”, y, posiblemente por los defensores del “decrecimiento sostenible”. El planteamiento del “Manifiesto” me recuerda al de la brillante obra “Factor 4: Duplicar el bienestar con la mitad de los recursos naturales” de Ernst Ulrich VON WEIZSACKER y L. Hunter LOVINS y Amory B. LOVINGS (publicada a mediados de los años 90 del siglo pasado).
Personalmente comparto, como conocen bien mis lectores, el optimismo en la capacidad del ser humano y de la técnica (ésta no como fin sino como instrumento). Y tengo la confianza (o, si se quiere, corazonada) de que en el futuro se mejorarán las condiciones de vida de los seres humanos y que se invertirán algunas de las tendencias que hoy perjudican seriamente nuestro equilibrio y armonía con los ecosistemas. En todo caso, me parece muy saludable que el “Manifiesto” nos permita debatir de nuevo sobre el desarrollo sostenible, abiertamente, sin apriorismos ni dogmatismos felizmente trasnochados.