La Voz de Galicia
Sobre lo ambientalmente correcto, lo sostenible e insostenible y otras inquietudes acerca del estado del planeta Tierra
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Desde hace mucho tiempo me viene preocupando -y ocupando- un problema que acontece aquí donde vivo, en Galicia, pero lo mismo se podría decir de otros muchos lugares de España, de Europa y del mundo: la creciente brecha que se está produciendo entre el mundo rural y el urbano. Y, dado que el futuro está en las grandes ciudades (se calcula que, a mediados de este siglo, el 70% de la población mundial será urbana) y que, gracias a la tecnología se desarrollarán las “smart cities”, hay que pensar que pasará y que debemos hacer (si es que debemos hacer algo) con las zonas rurales.

Con ocasión de la publicación de un libro sobre “los retos jurídicos del desarrollo urbano social e integrado” –que, previsiblemente, verá la luz editorial a mediados de este año- coordinado por mi colega, la profesora ALONSO IBÁÑEZ de la Universidad de Oviedo, he tratado de ofrecer aquí un aproximación a “las interdependencias entre el medio urbano y el rural” y, en particular, sobre el “entorno agropecuario y paisajístico de las ciudades”.

En los últimos meses he manejado algunas obras que versan sobre la temática rural. Uno que me ha impresionado especialmente es el de Jaime IZQUIERDO VALLINA titulado “La casa de mi padre” (publicado en KRK ediciones, cuya 3ª edición es de 2015). A través de un buen amigo, su autor ha tenido la amabilidad de dedicarme un ejemplar, con un reto: “si encuentras el camino para regresar a la casa, me lo dices”. Este geólogo asturiano y defensor del conocimiento campesino y de la conservación en el mundo rural, desarrolla en su extenso y original ensayo sobre desarrollo rural, un modelo y un método de gestión de los territorios rurales en el siglo XXI; en definitiva, una nueva “civilización agropolitana” que permita la convivencia de la sociedad regional urbana, cosmopolita, pero comprometida con las culturas campesinas.

Más recientemente, otro ensayo, el “Viento derruido. La España rural que se desvanece” (publicado en la editorial Almuzara, 2017), de Alejandro LÓPEZ ANDRADA un poeta y escritor andaluza que nos ofrece un vivo y colorista retrato de un mundo rural que está punto de extinguirse. El Valle de los Pedroches, al norte de Andalucía, en la provincia de Córdoba, van narrándose historias del pasado que reflejan las miserias y penurias de sus gentes pero que, a la vez, contiene –como dice Antonio MUÑOZ MOLINA– una “elegía de la naturaleza y del tiempo”.

Jaime IZQUIERDO cita en su libro unas palabras del genial economista alemán Ernst Fiedrich SCHUMACHER (muy conocido en el mundo ambiental por su obra “Lo pequeño es hermoso”, un alegato contra el culto al crecimiento económico): “La vida humana, para serlo plenamente, necesita la ciudad; pero también necesita los alimentos y otras materias primas que se obtienen del campo. Todo el mundo necesita un pronto acceso tanto al campo como a la ciudad, lo suficientemente cerca como para que la gente pueda visitarla y volver un día. Ningún otro modelo tiene sentido humano”. Me parece que da en el clavo de este tema.

En mi colaboración al libro colectivo dirigido por la Profesora ALONSO IBAÑEZ hago un breve recorrido histórico sobre los intentos de alumbrar un modelo de desarrollo urbanístico que armonice las relaciones entre el campo y la ciudad (desde el “movimiento de la ciudad jardín” hasta los últimos desarrollos del “eco-urbanismo”. En España, la vigente legislación del suelo de 2015, bajo la orientación del “paradigma ambiental” trata de armonizar lo rural y lo urbano a través de principio del “desarrollo territorial y urbano sostenible”. Incluso nuestro ordenamiento jurídico se halla enriquecido con una Ley de “desarrollo sostenible del medio rural” de 2007 (quizá de las menos aplicadas en la práctica), adornada de magníficos objetivos: a) “Mantener y ampliar la base económica del medio rural mediante la preservación de actividades competitivas y multifuncionales, y la diversificación de su economía con la incorporación de nuevas actividades compatibles con un desarrollo sostenible”; b) “Mantener y mejorar el nivel de población del medio rural y elevar el grado de bienestar de sus ciudadanos, asegurando unos servicios públicos básicos adecuados y suficientes que garanticen la igualdad de oportunidades y la no discriminación, especialmente de las personas más vulnerables o en riesgo de exclusión”; y c) “Conservar y recuperar el patrimonio y los recursos naturales y culturales del medio rural a través de actuaciones públicas y privadas que permitan su utilización compatible con un desarrollo sostenible”.

Pese al voluntarismo de las leyes, la realidad es cazurra y no presenta inmensos espacios rurales abandonados (como los descritos en el “viento derruido”). Por supuesto, en mi opinión es que hay actuar en este tema –y manera urgente- con vigorosos instrumentos de ordenación del territorio y, como propone la Unión Europea, a través de una estrecha alianza (“Rural-Urban partnerships”). Ideas y estrategias no falta como la “Estrategia Española de Sostenibilidad Urbana y Local” o el “Libro Verde de Sostenibilidad Urbana y Local en la era de la información”, ambos de 2012. Incluso la “Nueva Agenda Urbana” de Naciones Unidas aborda la relación rural-urbana (por ejemplo en sus apartados 49º y 50º).

Tampoco falta algunas experiencias exitosas en nuestro país como el caso de la “ordenación sostenible de las zonas periurbanas» en la ciudad de Vitoria-Gasteiz (que mereció el título de “European Green Capital” en 2012. Y, de cara al futuro, presenta enormes virtualidades la llamada “infraestructura verde” como clave para preservar la conectividad ecológica que existe en los territorios y, por supuesto, entre muchos espacios rurales y urbanos.

En definitiva, nos parece una urgente prioridad política, al menos en España, abordar esta cuestión de la brecha entre lo urbano y lo rural, incrementada por la crisis económica y que va a ser acentuada por el envejecimiento de la población. Como mantiene SCHUMACHER la mutua interdependencia entre la ciudad y el campo es la base del único “modelo humano” posible. Ahora nos toca trabajar con ahínco en buscar los medios e instrumentos precisos en cada lugar.