La Voz de Galicia
Sobre lo ambientalmente correcto, lo sostenible e insostenible y otras inquietudes acerca del estado del planeta Tierra
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Estoy pasando unos días de vacaciones en la ciudad austríaca de Innsbruck, en el corazón del Tirol y –en lo que ahora me interesa destacar- que está ubicada en la parte oriental de una de las mayores cadenas montañosas del mundo: los Alpes. He revivido mi infancia y mi juventud en los Pirineos aragoneses de donde, por cierto, proceden algunos de mis antepasados (del Valle de Ordesa, para ser más exactos). Una vez más he disfrutado de esos maravillosos pero frágiles ecosistemas montañosos que cubren la cuarta parte de la superficie del Planeta y donde vive, al menos, un diez por ciento de la humanidad. Como expresa con acierto el paisajista británico y precursor ambientalista, John RUSKIN -en su obra The True and the Beautiful in Nature (1872)- las montañas son “el comienzo y fin de todos los paisajes”.

No todos los sistemas montañosos son iguales. Nada tiene que ver los pobres pueblos de los espacios andinos de Sudamérica o del Himalaya asiático con los superdesarrollados pueblos turísticos de gran parte de los Alpes (al menos los que he podido conocer directamente). En todo caso, como para todo ecosistema valioso, se viene reclamando desde hace mucho tiempo la protección específica de las montañas a escala internacional y para determinados ámbitos particulares. Por tal motivo, en esta entrada de mi blog me dedicaré brevemente a la cuestión de la protección de las montañas a nivel internacional para, en la siguiente, centrarme en la protección del privilegiado espacio montañoso de los Alpes.

Es indudable que las montañas tienen un extraordinario valor ecológico: albergan recursos y funciones ambientales de enorme importancia como las reservas hídricas y una gran diversidad de ecosistemas con especies únicas y exclusivas. En particular, los bosques de montaña cubren más de 9.000 millones de Km2, un 28% de la superficie mundial de monte cerrado. Y, al mismo tiempo, estos espacios sufren la pérdida de biodiversidad debida a la destrucción forestal, sobrepastoreo o quemas excesivas; experimentan cambios masivos o intrusivos en el paisaje (infraestructuras hidroeléctricas, de transportes o de telecomunicaciones, etc.); son sensibles al cambio climático (como el caso de retroceso de los glaciares) y a la polución (por efecto de la “lluvia ácida”, por ejemplo), etc.

Y pese a extraordinario valor ambiental, socioeconómico y cultural de las montañas, sólo recientemente ha llamado la atención de las autoridades y de los organismos internacionales. En esta dirección han tenido un papel central los aficionados al montañismo y al alpinismo, representados a nivel mundial por la Unión Internacional de Asociaciones de Alpinismo (UIAA), fundada en Chamonix (Francia) en 1932 y que actualmente reúne a caso un 1,300.000 personas que tienen la montaña como afición común.

La UIAA –que, a partir de los años ochenta fue especialmente sensible a las repercusiones de las actividades montañeras sobre el medio ambiente- ha promovido importantes declaraciones como la Declaración de Katmandú sobre Actividades de Montaña de 1982 (como llamada de atención contra la degradación de las montañas y la necesidad de protegerlas), o la Declaración de Kranjska Gora (Eslovenia) de 1997 sobre objetivos y directrices ambientales de la UIAA. Además se han aprobado códigos de conducta para los deportes de montaña como el “Mountain Code” sobre la base de la Declaración de Tirol de 2002 sobre “buenas prácticas en los deportes de montaña”. Otros pronunciamiento promovidos en determinados espacios de montaña son, por ejemplo, la Declaración de Cuzco sobre Desarrollo Sostenible de los Ecosistemas de Montaña, aprobada en Perú en 2001; o el proyecto de Carta de Asia Central para el Desarrollo Sostenible de las Regiones de Montaña adoptada en 2002; o también la Declaración Final de Euromontana –que fue el resultado de la segunda conferencia continental de Euromontana (una asociación de 36 organizaciones de montaña de 15 países de Europa central, oriental y occidental) celebrada en Trento (Italia) en 2000.

En el campo de los compromisos jurídicos internacionales, salvo el caso aislado de la Convención sobre Protección de los Alpes de 1991 (a la que me referiré en la siguiente entrada de este blog), no abundan los textos normativos. Cabe destacar, no obstante, el Capítulo 13º de la Agenda XXI, aprobada en 1992, en la Cumbre mundial de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible de Río de Janeiro, que lleva por título “la gestión de ecosistemas frágiles: desarrollo sostenible de las montañas”.

Una interesante iniciativa de Naciones Unidas fue la declaración en 2002 del “Año Internacional de las Montañas” que, a su vez, dio lugar a la resolución 57/245 de su Asamblea General mediante la que se declaró el 11 de diciembre “Día Internacional de las Montañas” (a partir de 2003). Y es destacable la labor que en este terreno desarrolla la FAO.

Por su parte, el Consejo de Europa ha aprobado –para su ámbito específico- desde finales de los años sesenta del siglo XX recomendaciones y resoluciones como la “Carta ecológica de las áreas de montaña” (Resolución (76) 34, adoptada por el Consejo de Ministros el 21 de mayo de 1976), y, posteriormente la importante “Carta Europea de la Montaña” de 2003.

Finalmente, para concluir esta ya larga relación de documentos y declaraciones, cada país (especialmente los que cuentan con importantes sistemas montañosos) ha venido aprobando normas jurídicas vinculantes sobre la protección de las áreas de montaña, de su particular tipo de agricultura, para la protección de sus espacios naturales, etc. Como botón de muestra, en España, a primeros de los años ochenta se aprobó por el Estado Ley 25/1982 de Agricultura de Montaña, y poco después la pionera Ley catalana 2/1983 de Alta Montaña. Sin embargo, sigue pendiente de aprobación –por razones que ahora desconocemos- la “Carta española de las Montañas” cuya última versión de su borrador sigue colgado en la web de Ministerio de Medio Ambiente desde 2005.

Todo lo que se haga es poco para proteger esos lugares maravillosos donde uno se encuentra con uno mismo y con esta grandiosa manifestación de la naturaleza.