La Voz de Galicia
Sobre lo ambientalmente correcto, lo sostenible e insostenible y otras inquietudes acerca del estado del planeta Tierra
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No hace falta decir que estos días estamos todo el mundo conmocionados con la catástrofe que está aconteciendo en Japón. Cuando escribo estas líneas se ha abierto con particular virulencia el debate nuclear y resulta indudable que el gravísimo accidente de los reactores en la central nuclear de Fukushima Daiichi va a suponer un punto de inflexión en esta polémica cuestión.

Pero volvamos al origen de la tragedia consistente en un fuerte terremoto, un maremoto y el consiguiente tsunami que ha provocado la muerte de miles de personas (cada día aumenta el trágico número que puede llegar a superar los 10.000). Por ahora este es el dato indiscutible sobre la magnitud del desastre que se ha producido en el país que, en teoría, está mejor preparado para soportar los riesgos mayores por su posición geográfica en el “circulo de fuego del Pacífico”. Según parece las edificaciones aguantaron los terribles temblores de un 8,9 de la escala Richter, pero resultaron posteriormente barridas irremisiblemente por el impresionante tsunami cuyas imágenes sobrecogen.

Es la fuerza imparable y colosal de la naturaleza, de una naturaleza que no constituye, a mi juicio, una “venganza de Gaia”, ni un desafío divino (“act of God” llaman los anglosajones a lo que nosotros denominamos “fuerza mayor”, hechos imprevisibles o previsibles pero inevitables) pero que apelan a un profundo respeto de los seres humanos ante los desconocidos –no siempre erráticos- procesos geológicos de nuestro Planeta. En la era tecnológica actual en la que el hombre ha adquirido unas cotas de desarrollo hasta ahora inimaginables pero que, sin embargo, resultan impotentes ante acontecimientos como el que ahora vivimos, reclaman, a mi modo de ver, ese principio de responsabilidad del que nos habla Hans JONAS. Este genial filósofo alemán insiste en que la supervivencia humana depende de nuestros esfuerzos par cuidar nuestro planeta y su futuro.

Volviendo al tema de los “desastres naturales”,  según la “Estrategia Internacional para reducción de desastres” de Naciones Unidas (EIRD/ONU) el número de los desastres naturales se ha incrementado a lo largo del siglo pasado –especialmente los de carácter “hidrometeorológico” (en particular las inundaciones como las de Pakistan del año pasado) que constituye casi el 80% de todos ellos-. La misma oficina de Naciones Unidas informa que en la última década ocurrieron en todo el mundo unos 3.800 desastres naturales, los cuales costaron la vida a 780.000 personas, y, a su vez, de éste número de víctimas el 60% han sido provocados por desastres de carácter geológico (terremotos, tsunamis, etc.).

Por su parte, uno de los mejores especialistas en el análisis de los “riesgos naturales”, el Profesor Jorge OLCINA, Catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Alicante opina que, en realidad, el número de peligros naturales no ha aumentado significativamente en las últimas décadas sino que más bien ha sido el ser humano un factor de riesgo al agravar con sus conductas  irresponsables e imprudentes las consecuencias de los desasatres.

Pero ¿qué se puede hacer ante un terremoto o un tsunami? (por no tratar ahora de los riesgos tecnológicos donde la responsabilidad del ser humano es más evidente). Pues muchas más cosas de las que nos imaginamos y que se estudian en una materia científica denominada “análisis y gestión de riesgos”: desde el concienzudo estudio de la vulnerabilidad de los territorios y zonas geográficas que ante la repetición de fenómenos podrían desaconsejar la instalación de actividades peligrosas en ciertos lugares; hasta los sistemas de alerta temprana (como los que existen para advertir de los tsumanis); pasando por la elaboración de “mapas de riesgo”, “planes de contigencias”, “protocolos de actuación”; sin olvidar la importantísima “comunicación del riesgo” a la población que tiene “derecho a saber” lo que sucede (siempre que no ocasione una inadecuada alarma social); medidas que, en definitiva, si no evitan el desastre ayudan a minimizar o mitigar los daños que se produzcan. Estoy convencido que el pueblo japonés ha dispuesto de muchos de estos medios sin los cuales hubiera habido una más elevado mortalidad como sucedió con el tsunami de 2004 en el océano Índico (que pasó de los 230.000 muertos).

Y, por cierto, que en España contamos con un completo dispositivo de normas, planes e instrucciones para abordar los riesgos mayores –tanto los naturales como los tecnológicos- que se encuadran dentro de lo que se denomina “protección civil” y “gestión de emergencias”. Otra cosa es que en nuestro país tenemos un importante retraso en cuanto a la preparación de la población ante dichos riesgos que conlleva la práctica regular de simulacros y ejercicios –previstos por dicho dispositivo- que no se concilia muy bien con nuestra probervial improvisación hispana.

Al final de todo, ante una catástrofe natural que desborda todas las previsiones disponibles, haya o no todos los mecanismos de gestión de riesgos que el ser humano ha sido capaz de pergeñar, ante la descomunal fuerza desatada por la naturaleza, a veces, lo único que nos queda es ¡oh Teófilo! rezar.