La Voz de Galicia
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Cenando con Croft en Lisboa nos surgió una pequeña discrepancia. Croft me hablaba de sus dibujos. De las vicisitudes que viven los cuerpos moviéndose en el vacío. De las lineas en fuga, del poder narrativo del trazo y de la generación del volumen. En definitiva: de los planos con los que concebir una realidad nueva. Como los Prouns de El Lissitstky. Yo le decía que para mí eso es pintura y que sus papeles son una demostración de que no es solo un prestidigitador del espacio, también es un sabio cultivador de campos de color. Es lo bueno del arte. El artista concibe su obra de una forma y uno tiene todo el derecho a percibirla de otra. Mientras tanto sus obras dormían en el Palexco, esperando que el espectador aporte su propia experiencia y las complete.
También me contó que estaba a punto de inaugurar una intervención temporal en un lago en Cascais-Quinta do Pisão. Una cita anual en la que el ayuntamiento portugués invita a varios artistas a realizar una pieza de Land Art. Su obra está compuesta por varios espejos cuadrados flotando en la superficie del lago. Me imagino la sensación del espejo sobre el agua y sus infinitas lecturas. Tantas como infinitos cielos. Me imagino el agua agitada por el viento y el trémulo oleaje que se interrumpe en las fronteras del cuadrado espejado. Me imagino la visita circunspecta de los patos. La interrupción del paisaje por un elemento extraño (como el monolito de Kubrick) que se mimetiza en el entorno generando una ilusión. Una realidad nueva. Otra vez.
Esto me hizo pensar en ciertos aspectos del trabajo de Croft. En sus espejos colocados de una forma fragmentada, para que la suma de sus reflejos conviertan la obra en muchas obras distintas. La lectura que devuelven es insospechadamente cubista y tienes que rodear toda la pieza, como un pato atolondrado, para entender la ley que la alienta.
En Croft se citan el inquieto observador de lo cotidiano y una suerte de ingeniero soñador, capaz de levantar complejas estructuras. Sus ingenios pondrían en apuros al más avezado calculista, porque desafían la gravedad y niegan toda simetría.
Los objetos cotidianos no se escapan a su mirada escrutadora. Todos los objetos ocultan planos y lineas. Y Croft es capaz de dibujar con los objetos. Una silla o un pequeño taburete se transmutan en algo distinto. Una silla deja de ser lo que es para convertirse en un portador de perspectivas. Una herramienta con la que construir. Las estanterías metálicas, la impronta industrial de la soldadura, los materiales de construcción. Son como un muestrario que recoge sus distintas pinceladas. Una paleta formada por cualquier cosa que rodee e Croft y que vibre lo suficiente como para que sea incorporada al rico magma de la creación. Croft podría entrar en un desván cualquiera y montar algo nuevo y sugerente. Los objetos no saben el poder que tienen. Croft sí lo sabe.
Lo que más fresco tengo de la asignatura de filosofía, de cuando yo era bachiller, es lo del mito de la caverna y el Demiurgo de Platón. Es una suerte porque a Croft le viene al pelo.