La Voz de Galicia
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El arte conceptual vive instalado en una paradoja: crece jaleado por sus detractores. Cuantos más columnistas entran al trapo más debate se genera, más ricos son los flujos de comunicación que se establecen. Cuanto más cerriles y virulentas son las críticas, más se completa la obra. Algunos artistas conceptuales necesitan de ese sarpullido mediático y ya no se trata de provocación, porque el sistema está acostumbrado a pesadas digestiones, se trata de la consecución de un titular atractivo. Patadas en la espinilla del sistema con dinero del sistema. Hay otros artistas que, una vez superado el efecto sorpresa, dependen más del ingenio en la concepción y de la solvencia en la ejecución. No viven de la idea feliz. Es el caso de Amaya González Reyes, que no pertenece a ese grupo, cada vez menos nutrido, de «conceptuales epatantes». Está más atenta a una cierta narrativa, vivencial un poco a la manera de Beuys, el tipo que abrió la caja de Pandora. Elegir la propia imagen para hacerse perrerías es un clásico de la práctica performativa. Autorretrato para masoquistas. También en esto Amaya es más sutil que exhibicionista. Cubre su imagen de encaje igual que viste de terciopelo una carretilla; para dotar de lujo un objeto más acostumbrado al rigor del hormigón y para recubrir su propia imagen de una piel nueva. Cambiando la epidermis del objeto cambia su naturaleza. Es otra cosa. Quienes la tenemos entre nuestros contactos de Facebook asistimos en tiempo real a su búsqueda de una lámpara de araña, símbolo de la ostentación y la fragilidad. Buscaba una lámpara (pero una muy concreta) para estamparla contra el suelo del museo. La violencia actúa como catalizador en su obra. El tiempo se detiene en el momento de la pérdida y súbita e inesperadamente se presenta la belleza. A partir de ese momento es cuando funciona la seducción y ya te paseas por las salas participando de su universo. Una malla de acero suspendida en el techo o una jaula para seres humanos son piezas de nuevo beligerantes pero, a la vez, delicadas. Si forras de seda un cuchillo seguro que corta igual. Y la obra de Amaya está afilada