La Voz de Galicia
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Los cazadores de novedades sacuden la cabeza diciendo que no hay nada nuevo. Los auténticos aficionados sobrellevan sin problemas su síndrome de Stendhal. Entre unos y otros los turistas se fotografían con el generalísimo. El arte político ahora es cosmético. Pero de pronto te topas de bruces con un enorme Frank Stella, pintado hace cuarenta y tres años, que se come con patatas a un Sarah Morris justo enfrente, pintado hace dos tardes. Cuando te acercas a él descubres que entre las franjas de color perviven los restos del lápiz; esta sencilla revelación justifica el viaje a Madrid, los cuatro días de atolondramiento y las fatigas nocturnas. Un exquisito Gerardo Rueda te espera agazapado entre los excelsos retales que completan una de esas galerías que parecen anticuarios. Esto quiere decir que la presencia de vacas sagradas del siglo pasado no es necesariamente inapropiada, solo es preciso un lúcido esfuerzo curatorial para elegir las mejores piezas. He visto algunos Palazuelos y, que Dios me perdone, eran piezas menores. También me demoré contemplando la magnífica piel de un políptico de Olivier Mosset, un gotelé de mucha más calidad que la que consiguen los asistentes de Peter Halley.

Cuando sacias tu mitomanía entonces los jóvenes se abren paso. El gallego Diego Santomé deslumbra con una escultura realizada en DM que está entre lo mejor de la presencia escultórica, y he visto grandes piezas de Tony Cragg o Charlotte Posenenscke. Los vascos Kepa Garraza y Alain Urrutia abren caminos nuevos en la figuración. Urrutia oscuro e inquietante y Garraza, tan hábil como Richard Estes, añade ironía y cuenta cosas; una lección para todos los artesanos onanistas del hiperrealismo.

La galería gallega SCQ volvió a demostrar que un estand no es una montonera y trató a su artista destacado como tal, logrando que el Rui Chafes ganase el premio al mejor artista vivo. Cuando todo se desmorona Arco nos muestra su músculo. Y está hecho, más que nunca, de buena pintura.