La Voz de Galicia
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Es difícil saciar la voracidad recaudatoria de la Administración. Incluso en tu último viaje te ponen palos en las ruedas. Cepo en este caso. Es como si a Caronte, el barquero que según lo griegos (los de la Grecia clásica, se entiende, que a los contemporáneos no se los puede citar sin que te embarguen el párrafo) se ocupaba del último tránsito, se le bloqueara el timón. Los griegos colocaban bajo la lengua de sus deudos una moneda para que Caronte los pasara al otro lado; a este barquero en vez de una moneda lo que le han dejado es una receta bajo el limpiaparabrisas. No es justo. Cuando llega el momento de ponerse delante de san Pedro, este manda a la impresora un balance de la gestión de tu vida. Tus indiscreciones, tus debilidades. También tus virtudes. Una igualada ecuación en la que el debe y el haber (o el yin y el yan, si te va el orientalismo de salón y quemar incienso alocadamente) son las variables para la eternidad. Cuando estás a punto de recibir el pasaporte para las aburridas mieles del paraíso, una absurda multa bloquea el torno de entrada. Hay mucha gente en el limbo, haciendo trabajos para la comunidad, por culpa del celoso afán de un policía local. Después de toda una vida abonando diezmos, correteando de ventanilla en ventanilla, rellenando farragosos impresos, compulsando formularios, leyendo la bizantina prosa de la que están hechas las arcanas ordenanzas, discutiendo con hastiados funcionarios (o con funcionarios motivados, que ya no sabe uno qué es mejor), al final una linea amarilla se interpone en el silencioso camino, bajo dramáticos cipreses, que conduce  al camposanto. Naturalmente estoy fabulando. Es el comprensible desahogo de alguien que, como tú, es un obediente paganini. Alguien que, cuando recibe una carta certificada sabe, sin mirar su contenido, que la carta va dirigida a su cuenta bancaria. En el torrente de frases hechas que empleamos en los velatorios, podríamos añadir al clásico «ahora descansa» un apropiado «ahora ya no tributa». Por lo menos en el caso de la imagen de hoy, el habitante más importante del vehículo no tendrá problemas cuando llegue ese delicado y a veces truculento momento en el que hay que identificar al conductor. Es obvio que el rigor mortis nunca le dejaría girar el volante.