La Voz de Galicia
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Hace poco, durante mis vacaciones, tomé un avión llevando a mi perro Clark conmigo. En su tarjeta de embarque rezaba la leyenda “exceso de equipaje”. Para la compañía aérea Clark es poco menos que un bulto, un neceser; en este caso un inneceser porque, en teoría, la existencia de Clark es un capricho. El poeta recomienda viajar ligero de equipaje. Pero cuando en la valija asoma la circunspecta cabecita de un chihuahua de dos kilos, el resto de tus otras posesiones adquieren carácter de lastre. No te apetece facturar nada más. En cambio, ya no puedes prescindir de la indescifrable mirada de un tembloroso personaje, que es mitad fragilidad y mitad grandeza imperial. Tranquilo cual ejecutivo prejubilado de banca. Y tan afortunado. Bueno, para ser exactos, no hay nadie tan afortunado como un prejubilado de banca; alguien que en medio de la tempestad recibe, en lugar de un humilde salvavidas, un lujoso yate cromado de incalculables metros de eslora. Para hacer escala en oscuros puertos insolidarios.
Mi sastre, tan tradicional y remirado para otros temas, ve en cambio con buenos ojos la imparable pujanza de la nueva sastrería para perros. Clark está llamado por esos derroteros: su elegancia es innata. Cuando camina al trote es como un caballo andaluz paseando al compás de un señorito que visitara los confines de su cortijo. Cuando le ponemos su ropita, mucha gente lo mira con un rictus de desaprobación. Como si se tratase del decadente desorden de una sociedad opulenta; el irremediable advenimiento de la caída del Imperio Romano. Poco a poco ese rictus muda en otro de simpatía: su mirada indescifrable desbarata todo rastro de demagogia. Mi sastre ya le ha tomado las medidas para hacerle un traje príncipe de Gales. Ya habrá tiempo para vestirlo de sport.
La foto de  Manuel Marras retrata bien el mundo caprichoso que gira en torno a la mascota. Los perritos viajan en la cesta de tu vida.
Mickey Rourke y Paris Hilton no solo comparten su afición al bótox, también son orgullosos propietarios de chihuahuas. Rourke ha reconocido abiertamente que su chihuahua, al que llamaba Beau Jack, le salvó del suicidio disuadiéndolo con esa misma mirada indescifrable. Fue el primero de una larga estirpe. Con Loki, hijo de Beau Jack, Rourke paseó por la alfombra roja del festival de Venecia. Loki falleció a la avanzada edad de 18 años. Fue una gran conmoción en la prensa de variedades. Meses más tarde, cuando recogió su Globo de Oro, el embrutecido Rourke se lo dedicó trémulamente a sus perritos. No sé cómo se puede llamar a esto exceso de equipaje.