La Voz de Galicia
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No me gusta Antonio López. Y no pasa nada. Ya hay mucha gente a la que le gusta. Como mínimo trescientos mil. Para la gente que ve el arte como trabajos manuales López es lo más. Pero yo también vi como se pudría el dichoso membrillo y ya sé que para López el arte supone mucho más que trabajos manuales. Ya sé que hay una metafísica sobre el paso del tiempo y las estaciones; que hay tanto de contemplación como de ejecución. También me sé lo del misterio de la obra inacabada y la quimera de aprehender la luz que baña un objeto en el momento preciso. De hecho, igual que para dar salida al producto conceptual es necesario un sólido carenado intelectual, para lo que vende López también lo es. Para el primero porque no se entiende; para el segundo porque se entiende demasiado bien.
No hay nada más previsible que un artista construyendo su coartada. A menos de un kilómetro de allí, en el Reina Sofía, Elena Asins, la versión española de Hanne Darboven, presenta una  hermética propuesta constructiva y matemática. Habrán ido a verla ella y sus cuñados. Así es la cosa. A la obra de López se puede llegar desde la reflexión o, esto es más frecuente, desde el sentimiento. Pero el camino es directo. A la obra de Asins se llega desde el esfuerzo. El camino es tortuoso. Esto explica las cifras. En el resto de las artes hay desconfianza hacia el best-seller. En las artes plásticas lo que hay es un gran alborozo porque al fin podemos entonar el anhelado grito: «Llenamos el museo!».
De todas formas Antonio López es un pintor excepcional. Nunca diré que es un fraude ni una tomadura de pelo. Para que no me guste no necesito dudar de la naturaleza de sus intenciones. No necesito negar un tipo de trabajo en detrimento de otro. En cambio, a muchos artistas conceptuales o, simplemente no objetivos, se les juzga con un raudo vistazo a sus imágenes en Google. Es suficiente para tildar su trabajo de mentiroso. Para qué profundizar. De López, me gusta mucho más su manchega parquedad que la ruidosa imaginería neoyorquina del fotorrealismo de Richard Estes, por ejemplo. Si López fuera norteamericano también colapsaría el MoMA. Otra cosa son los sucedáneos de López. Tantas soledades urbanas. Tantos alicatados desconchados. Tanta fruta en problemas. Entonces voy a ver a Velázquez. En el siglo de oro aún no se había urbanizado la Gran Vía.