La Voz de Galicia
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En el mundo rico, que cada vez lo es menos, anhelamos alta velocidad. Dos lineas paralelas que jamás se tocan y que suelen acercar la periferia al núcleo. Una fuerza centrípeta a la que, los que vertebran el país, responden con ciega obediencia. El mapa ferroviario es una previsible tela de araña. La capital y el capital se maridan produciendo esta inevitable tensión gravitatoria. Todos acabaremos bajando de un tren en Madrid, cargados de paquetes del pueblo como Paco Martínez Soria, sin saber muy bien a qué responde tanta pulsión mesetaria. En la periferia estaremos dotados, por fin, de una herramienta que nos permita escapar de ella. Madrid se alimenta insaciablemente. Engorda a costa del territorio que le rodea y además se distrae en vacaciones, disfrutando de un poco de atraso exótico. Los otros ejes, el atlántico y sobre todo el transcantábrico, no están muy engrasados. Nuestras mercancías lo tienen más difícil. Pero las mercancías no van a la ópera ni a musicales. Somos turismo. Paco Martínez Soria era un visionario: el gran proyecto industrial de este país es un parador. Él soñaba con llenarlo de suecas. Pero hoy los nórdicos están menos pendientes de nuestro mapa del tiempo o de nuestros excedentes de sangría. Les interesa más la gráfica de nuestra deuda. Llevamos a vueltas con el Parador de Muxía casi diez años. Nos lo dieron como desagravio después de que un accidente asfaltara nuestras costas. Y es que seguimos siendo un polo de desarrollo. Solo que antes nos construían pantanos y ahora levantamos ciudades para la cultura. Habría bastado con un barrio.

En la India, en unas inundaciones producidas por el violento desbordamiento del río Gai, la vía del tren queda en vilo. No hay tierra debajo que la sostenga. También las vías de alta velocidad necesitan una toma de tierra. Un proyecto de país. El humus que nutra y afiance sus raíces. Si no, solo llegaremos a tiempo a la ópera.