La Voz de Galicia
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Un pintor no debería tener colores favoritos. El color es una elección sentimental, pero a veces la paleta viene sombría. Un escritor no debería alimentarse de frases hechas. A la literatura no le sientan bien los precocinados. Pero cuando se trata de tu equipo, solo existe un color y, puesto que se trata de fútbol, solo empleas frases hechas. Tus colores son como una mancha de nacimiento. Tiznado con tinta indeleble, tu mancha no desaparece por mucho que la repintes. Aunque estés tan pancho en tu batzoki, por que eres más vasco que nadie, en el fondo, muy dentro de ti, aún puedes sentir el débil crepitar de la Roja. No puedes olvidar que de pequeño lloraste cuando a Arconada se le escurrió una Eurocopa por debajo de su rocoso torso vascongado. De mayor también puedes mostrarte tibio con las hazañas del color rojo, y torcer sin disimulo por Portugal. Pero no puedes reprimir, por ejemplo, tu secreta pasión por el color blanco. Bajo la chapita de tu formación política, que responde a un acto meditado, tu corazón puede bombear merengue, al compás de un acto reflejo. Si te gusta el color blanco estás obligado a vibrar con un himno que suena a zarzuela, o a opereta castiza. En cambio el himno de tu eterno rival suena a eso, a himno, a una pequeña Marsellesa que enardece y llama a la rebelión ilustrada.
Si te gusta el color blanco tienes que cargar con una forma de jugar que quiere ser galáctica y acaba por ser marciana, mientras el otro sublima el fútbol con un tipo de Albacete, cebado a base de pan tumaca en La Masía. Si te gusta el color blanco tu entrenador es un iracundo portugués, una máquina expendedora de titulares. Si Guardiola es el yerno que toda madre quisiera tener, Mourinho es el cuñado recalcitrante que en las cenas familiares coloca burlonamente las llaves de su Mercedes al lado de las de tu utilitario. Son antagónicos, pero se necesitan. Es el cemento del derby.
En Buenos Aires está la cosa más difícil. Una de las dos caras de la moneda se ha devaluado. La banda roja que cruza el pecho del River  necesita una transfusión. Y la grada desconsolada contempla como sus 110 años de historia descienden el peldaño más amargo. Qué va a pasar con Boca sin River. La simetría cósmica está en peligro. Sherlock sin Moriarty. Epi sin Blas. A los forofos del River Plate les han hurtado el domingo. El domingo ilusionaba más que los otros seis días en los que la única épica era ganar la posición a codazos en un vagón del Subte en hora punta.

Cuando lavo mi ropa separo la ropa blanca de la de color. No lo hago por que sea un aplicado cocinitas. Lo hago por el lejano recuerdo de Butragueño. El color blanco no destiñe, pero a veces amarillea como las fotos viejas.