La Voz de Galicia
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El otro día fui a comprarme unas zapatillas para correr a ese hipermercardo deportivo al que vamos a disfrazarnos de montañeros o del que salimos equipados para el realismo democrático. Las zapatillas acabarán acompañando inexorablemente a la ciclostátic del trastero, pero me asesoré bien porque soy un consumidor responsable. Cuando le pedí consejo a una chica que atendía, me preguntó si era pronador o supinador. Esto se referiere a si pisas hacia dentro o hacia fuera al correr. Muy útil para saber, cuando pisotean tus derechos, si lo hacen desde dentro o desde fuera.

    Cuando el futuro de un joven se pisotea desde dentro, la culpa recae en gente como Rubalcaba, claramente pronador. El vice es un personaje paradójico. Su principal hándicap es que se conjuga en pretérito perfecto. Algo del pasado que perdura en el presente. Ahí reside la paradoja: que dos presidentes socialistas diametralmente opuestos, en dos épocas completamente distintas, hayan confiado ciegamente en ti y colocado en primera línea no demuestra tu valía. Acentúa tu desgaste. Rubalcaba es una frase hecha. Es como si a la Bienal de Venecia mandásemos, en caso de que lo acabase a tiempo, un cuadro de Antonio López. Nadie cuestiona su calidad, pero su capacidad de sorprender es nula. Claro que Rajoy es como un Murillo. Menudo siglo de Oro nos toca vivir.

    Cuando el futuro de un joven se pisotea desde fuera, entonces son los mercados internacionales, donde quiera que estén, controlados por algún incontrolable fauno del FMI. O la firmeza supinadora de la tanqueta Merkel, que lo mismo aprieta a Zapatero para que nos atornille, que sirve un espeso puré de pepinos.

   Sobran los motivos para llenar las ciudades de campamentos de refugiados de un sistema excluyente, en el que un joven es un náufrago varado en una plaza, capeando una tormenta de ideas.Abundan las proclamas y un chaval, en su camiseta, promete ser capaz de reconstruir el contrato social con una llave Allen. Claro que, si tienes una mullida nómina y visitas con regularidad los templos de consumo de tu ciudad, entonces vives tu indignación de una manera más laxa. Aunque tengas un perro y toques la flauta, lo haces con simpatía. Pero con distancia.

La foto es de Xoán A. Soler