La Voz de Galicia
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Llevaba más de quince años acumulando discos, libros, recortes de prensa, entradas de conciertos, camisetas. Lo necesario para levantar un ñoño retablo de coleccionista. Además practicaba el proselitismo y me enzarzaba en absurdas discusiones sobre quién es mejor, si Dylan o Springsteen. Algo tan fatuo como discutir sobre si Spiderman le puede o no a Superman. Un día, revisitando el Another Side of Bob Dylan, recibí claro el mensaje: «No soy yo, baby, no soy yo el que estás buscando». A Dylan no le gusta el asfixiante cariño del fenómeno fan. Así que para desengancharme empecé a escuchar sus discos menores. Los errores de Dylan. No surtió efecto porque en sus errores habita esa grandeza que ahora llamaríamos bizarra pero que en realidad solo se trata de un artista que no renuncia a su libertad. Empecé por el impagable Selfportrait, un disco con espíritu de tesis. El autorretrato de la cubierta, si lo firmara un pintor alemán de inequívoco apellido germánico, podría colar en una retrospectiva del Bad Painting europeo. Me demoré en la versión de The Boxer. Es como si se hubiera colocado (a veces parece que con alguna sustancia) entre Simon & Garfunkel y convencido al segundo para que saliera a tomar un café. El resultado es, efectivamente, como un combate de boxeo y tiene el sabor de la deliciosa imperfección que acompaña a toda la producción de la música del maestro. La riqueza polifónica del dúo vocal es desplazada por el clásico caos del fraseo dylaniano. Seguro que Paul Simon abandonó el estudio con dolor de cabeza. Luego me puse a oír un disco descatalogado titulado Dylan a secas, de 1973. Una verdadera rareza, porque las bootlegs las va soltando como quien tira miguitas a las palomas, haciendo tintinear la caja registradora. Cuando canta Spanish Is the Loving Tongue parece un mariachi. Hay quien dice que su auténtica voz no es la del principio, cuando impostaba ese acento de folksinger con pasado que viaja de polizón en un tren de mercancías. Es más esta otra de niño bien con futuro. Finalmente me dediqué al Saved. Lleno de gracia proclama que ha sido salvado por la sangre del cordero. En la empanada religiosa en la que vive instalado hace décadas, siempre pone la otra mejilla. La mejilla desconocida. Porque musicalmente el Saved es un milagro góspel. En sus coros no solo encontró consuelo musical, sino también acomodo sentimental.
Después de un paseo por el Dylan más friki, no logré el antídoto deseado. Sigo siendo un fan, pero no doy la turra y siempre que puedo disimulo. En su 70.º cumpleaños le deseo que se siga equivocando. Querrá decir que sigue buscando y que, como a los toreros más indómitos, no lo mueven las ganas de agradar.