La Voz de Galicia
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Otra vez mi sastre atribulado. Siempre admiró en Fidel sus 50 años de elegante coherencia marcial, luciendo ese inagotable look verde Sierra Maestra. El mismo paño que lucía el Che paseando por la Gran Vía madrileña. Por eso le duele esta histórica imagen de Fidel, entregando definitivamente la manija del Partido Comunista, enfundado en un chándal. Como un dominguero que se dispone a  lavar su adorada berlina. Como esas parejas que se pasean con chándales pareados y cuya dolorosa estampa se completa con unos inadecuados tacones para ella y un modernito bolso para él . Su hermano Raúl y los otros miembros del partido llevan guayaberas y a eso no hay nada que objetar: parecen personajes de Graham Green. Es como deben vestir los estadistas en el trópico. Como lo hacía Fraga cuando visitaba al Comandante.
Para mi sastre el chándal es una prenda necia. Pero vestir a un revolucionario como a un camello de barrio es una grosería. No hay excusas: mi sastre siempre antepone la elegancia a la comodidad. Teniendo presente sus enseñanzas me he comprado una cámara analógica, manual y extremadamente lenta. Me he comprado, además, un incomprensible fotómetro soviético. Quiero recuperar las viejas incomodidades. Cuando hacer una foto era un acto consciente y meditado. Cuando las cámaras no eran ametralladoras. Cuando cada toma costaba dinero y cada imagen se presentaba silenciosamente en el espeso y rojo ambiente del laboratorio. Como Ansel Adams subiendo una montaña con dos placas, dos únicas oportunidades para lograr el paisaje perfecto. Como Palazuelo pintando a pulso sus geometrías biseladas. La incomodidad mantiene a raya a los diletantes.