La Voz de Galicia
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Aferrada a su carrito y con la determinación que proporcionan los estrictos mandamientos de la lista de la compra, una señora se dispone a atravesar una procesión por su linea medular. Por la firmeza con que pilota el artefacto se diría que ni la piadosa fiereza de los costaleros, ni todo un espeso bosque de velones, podrán apartarla de su destino. Llegará al supermercado. Creo que no hay nada ni nadie capaz de parar a alguien que está decidido a consumir y tiene los medios para hacerlo. De hecho sé de gente que, cegada por las ganas de lograr un descuento, o por cotejar las bursátiles fluctuaciones del precio del yogur, sería capaz de atravesar un desfile en el Día de la Fiesta Nacional, dispersando a los soldaditos como Moisés separando las aguas. O de parar un tanque al más puro estilo Tiananmen. O de plantarle cara a un piquete informativo, de esos con más vocación pedagógica, en una Huelga General. Por eso los centros comerciales son las auténticas mezquitas de Occidente y cuanto más grandes y más luminosos, más fervores alimentan. Por eso no hay peregrinación más numerosa (con permiso del Xacobeo) que las rebajas. Por eso no hay Ramadán para el consumo en este lado del mundo. De vuelta a casa no era para tanto. Las bolsas llenas de abundancia no colman los vacíos de la existencia. Entonces pones la tele y te consuelas fantaseando con la teletienda.