La Voz de Galicia
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Mi perro Clark es un single militante. No cree en el matrimonio. Su reducida talla (es de raza chihuahua) le crea algunos problemas de autoestima. Para aliviarlos le compro ropita. La primera vez que salimos a la calle luciendo un modelito, él se sentía incómodo y yo un poco ridículo. Además había en mí una cierta reticencia: pamplinas morales. Pensaba que vestir a los perros es una inequívoca prueba de la decadencia de una sociedad opulenta. Como cuando Nerón ordenó a su caballo sacerdote, mientras el Imperio romano bajaba por el sumidero. Pamplinas morales ya digo. El otro día en Vigo llevaron el amor a las mascotas al paroxismo y casaron a dos perros, vistiendo al novio de esmoquin y a la novia muy sencillita. Los otros perros invitados lucían como si estuvieran en el hipodrómo de Ascot. Pamelas incluidas. Pero más llamativo que las galas es la expresión de los animales. Óscar Vázquez volvió a revelarse como un maestro del retrato. El novio, gallardo y altanero como en en el cuplé. Como si volviera, disimulando, de una gozosa escapada nocturna. La novia, estoica y resignada como la mujer de los Roper. Con ese semblante de serena rendición que acompaña a muchas parejas. Un auténtico matrimonio. Mientras, mi perro Clark corretea libre y su trufa olisquea, juguetona, el dulce rastro de otras promesas de amor.