La Voz de Galicia
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Hay fotógrafos que se arriman más que José Tomás. Dicen que José Tomás quiere morir en la plaza. No hay plaza lo bastante importante para que muera un fotógrafo. Pero mueren. El reportero de guerra es una subespecie rara dentro de la profesión, pero todos los fotógrafos de prensa viven situaciones peligrosas. Neumáticos en llamas volando por encima de tu cabeza en una escaramuza sindical; piedras dirigidas al disuasorio caparazón de un antidisturbios rozando tu objetivo; restos de un tejado volando caprichosamente durante un temporal. Todos sabemos que, en estas situaciones, cuanto más cerca mejor es la foto. Cuanto más te arrimas más redonda es la faena. Goran Tomasevic, que lleva tantas muescas en la culata de su cámara como primeras de los periódicos sobre la guerra de Libia, se arrima más que nadie. La imagen de hoy me gusta, en primer lugar, porque se desarrolla en una loma o colina, que es algo que en una guerra se gana o se toma. El miliciano de la foto de Capa murió bajando una loma. Muchos la consideran una foto truculenta y cuestionan su autenticidad. Puede que sea un montaje, pero Capa murió por pisar una mina. Lo más peligroso que pisaron los avisados ensayistas que la cuestionan fueron las deposiciones de un perro. En segundo lugar me gusta el encuadre. Cuando estás metido en un fregado así, las cosas entran y salen del encuadre sin tiempo apenas para componer. Me gustan las cosas que entran y salen del encuadre. Me gusta la mano que asoma en la esquina inferior izquierda. El anillo de torpe bisutería o la valiosa alhaja arrebatada por un rebelde con sed de justicia de la mano sin vida de un príncipe del Islam. Me vale cualquiera de las dos hipótesis