La Voz de Galicia
Seleccionar página

Los escombros de una catástrofe son un doloroso yacimiento de recuerdos. Los cajones se vacían arbitrariamente y toda nuestra intimidad se derrama como en una involuntaria confesión. Los objetos a los que imprimimos nuestra huella y a los que transferimos tanto de nosotros, son ahora inertes testigos de nuestra ausencia. Imagina tu mesita de noche flotando, como el barco ebrio de Rimbaud, en la más cruel de las tempestades. Juguetes rotos, peluches, secretos que vierten los joyeros, diarios que lo saben todo de nosotros, grandes relatos de lo cotidiano tejidos con nuestra caligrafía. Y fotos, sobre todo fotos. El papel fotográfico solía tener la misma riqueza poética que una carta de amor. Ahora ni se copian fotos ni se mandan cartas de amor. Hay más imágenes, pero menos fotos. Más palabras, pero menos poesía. Por eso son tan valiosas las fotos de familia. El tesoro más preciado de un replicante. La foto de los dos novios ataviados con ropa tradicional, la del primogénito en brazos de la madre. Ahora, los supervivientes deambulan aturdidos sobre la materia desmadejada. Estoicos y resignados, más vulnerables por estar despojados de todo aquello que los completa, pero demostrando al mundo que estar vivo es mucho más importante que todo lo que cabe en un camión de mudanzas.