La Voz de Galicia
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Habíamos quedado a las ocho y media de la mañana para hacer un día con Pepe Blanco. Cuando llegamos, su jefe de prensa me dejó fotografiar la primera reunión donde toman café, leen los periódicos y las encuestas y trazan la hoja de ruta. Como esa foto no me convencía esperé a que acabara la reunión y abordé directamente a Blanco –siempre hay que intentar puentear al jefe de prensa, que actúa de dique o de filtro- para convencerle de hacer una foto en su habitación. Accedió de inmediato. Cuando estábamos a la faena sonó el teléfono. Era Zapatero. La cosa fue así: –Presidente, te llamo más tarde que ahora estoy haciéndome una foto. Fue un pequeño momento de gloria: el Presidente del Gobierno esperando a que yo terminara. Para un fotógrafo, acostumbrado a sufrir los retrasos de políticos de medio pelo y a largas esperas que culminan en fotos anodinas, fue una dulce revancha. El resto del día todo volvió a su cauce y lo pasé esperando detrás de puertas cerradas. Dentro, móviles incandescentes y tensión en la auténtica sala de máquinas de la campaña. Zapatero volvió a llamar dos veces más.