La Voz de Galicia
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La foto de prensa hoy es, a veces, un compendio de lugares comunes y de trucos variados. Esos lugares comunes fueron frecuentados por primera vez por gente como Robert Frank hace cincuenta años. Había todo un lenguaje por inventar y un terreno baldío. Frank lo ocupó. En otras palabras: todos tenemos en nuestro archivo personal una foto de un músico de una banda cuyo trombón le oculta la cara como si hombre e instrumento fueran uno. La primera de todas la hizo Robert Frank. Lo nuestro es un sucedáneo sin interés. Aunque en su día nos sintiéramos pioneros.
Pero no hay nada en el trabajo de Frank del costumbrismo bonachón de Cartier Bresson o Doisneau. O de nuestra Cristina García Rodero. Los encuadres ni siquiera son muy ortodoxos ni hay esa desesperada invocación a la belleza. Creo que ese estilo premeditadamente desmañado obedece a un deseo de que se produzca la mínima intervención. El fotógrafo está menos presente para poder traer algo auténtico. Cuanto más crudo mejor. Áspero y con pocas ganas de agradar. Sin trucos.
Cuando veo la foto de un mitin en Chicago veo a James Cagney encaramado a una azotea en Scarface. Cuando veo a esos jovencitos travestidos en Nueva York veo a Sal Mineo. También están la carretera, las motos y por supuesto Brando. Es el cine americano impreso en mis genes. Con eso cuenta Robert Frank para armar su relato. Coge nuestra memoria prestada de Estados Unidos y la pone patas arriba. Y funciona.