La Voz de Galicia
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Clark es mi perro. Mi mujer le puso ese nombre porque sospecha que bajo esa apariencia inofensiva late una doble personalidad. Más fiera y dotada de superpoderes. Como perro tiene muchas ventajas derivadas de su talla. Tanto de su tamaño propiamente dicho como del de sus deposiciones. Testimoniales. También tiene desventajas. Cuando sales con el al parque te empuja, sin querer, a un frenesí social que si, como a mí, no te gusta la charla innecesaria, puede llegar a ser molesto. Cinco son las preguntas más frecuentes. ¿Cómo se llama? ¿De qué raza es? ¿Va a crecer mucho más?  ¿Qué le das de comer? Y la muy indiscreta ¿Cuánto cuesta, es un  perro caro no?. Cuando cesa el tercer grado, te sientas para recuperar el resuello. Al rato una pareja pasa y nos dedica, al perro y a mí, una pertinaz sonrisa que sólo tiene explicación después de una lobotomía. Sólo puedes devolverles una mueca. Mientras, Clark es ajeno.
Lo más inquietante de todo es que cuando te cruzas con alguien y no se fija, tienes unas irrefrenables ganas de preguntarle ¿Qué pasa, no te gusta mi perro?