La Voz de Galicia
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Si tuviera pasta para poner un negocio en Arousa, avalado por mi poderoso olfato comercial, sería una tienda de souvenirs. Aprovecharía mi vasto conocimiento -también vale basto- de  la zona para poner a la venta irresistibles recuerdos. El producto estrella no sería el clásico estuche de tres botellas de albariño ni los sempiternos collares de A Toxa. Sería un llavero con forma de planeadora. Con cinco motores por banda, viento en popa a toda mecha. Se venderían como churros porque al turista, a parte de indignación, le produce cierto morbo saber que mientras duerme, estos artefactos fantasmagóricos surcan la ría a sus anchas. Todo el mundo lleva grabado en el subconsciente el recuerdo de Han Solo el contrabandista o de Curro Jiménez, el robinhood patrio. Truhanes y descarados. Extraperlo y picardía. Lo que pasa es que estos contrabandistas nuestros no tienen tanta clase. Ni ellos ni el producto que despachan. Estos sólo son delincuentes con mal gusto. Su ropa y su casas lo demuestran. Nada que objetar a sus coches.

De vez en cuando aparece una planeadora varada. Como un cetáceo con mala prensa. La gente se hace fotos a su lado. En las imágenes de Martina Miser conviven los dos aspectos fundacionales de esto que podríamos llamar narcoturismo. A parte del gran valor de las fotos me hago esta pregunta: cómo hizo Martina la foto de la turista con el teléfono móvil. La respuesta es: en paños menores.