Una de las cosas que menos echo de menos de mi etapa anterior, es cubrir fiestas gastronómicas. Al principio respondían a una honda tradición cultural o a la exaltación de un producto asociado históricamente a la zona en la que se celebraba. Luego todo concello quería su fiesta y si no hay tradición se inventa. Todo sea para saciar esa insoportable hambruna turística. En la foto de hoy Alberto López, nuestro hombre en Monforte, nos acerca una imagen esclarecedora. La gente se arremolina a por lo suyo. La posguerra y unas vacaciones pueden compartir un mismo encuadre.
A mí lo que menos me gustaba era que siempre hacía la misma foto. Retrataba la voracidad de un turista que, cómplice de la cámara, se llevaba a la boca su enorme y merecida tajada del producto exaltado. Si hay un nacionalismo gastronómico, ese es genuinamente nuestro. Aunque a veces el marisco, que no entiende de fronteras, lo traigan de fuera.
a mi, que en ocasiones soy más civilizada de lo que parece, me entra un enorme pudor en los cócteles y vinos españoles, donde apenas tomo algo que no sea para simular que como. POr ello este «ansia» por un trozo de pan con chorizo o un simple vaso de vino me resulta vergonzante…vamos que siento vergüenza ajena. He de decir que las fiestas gastronómicas no me gustan y además me parecen competencia desleal para la hostelería que durante todo el año paga sus impuestos (no soy hostelera por si alguno piensa que defiendo lo mio), y en los meses de verano es cuando hacen su «petiño» para sobrellevar el invierno largo y ausente de clientes.