Maquiavelo cuenta que el príncipe italiano César Borgia conquistó una ciudad enemiga y confió su gobierno a uno de sus lugartenientes más fieles. Le ordenó que no tuviera piedad del pueblo y cometiera todo tipo de desmanes, sin freno.
El príncipe dejó pasar algún tiempo antes de volver a la ciudad conquistada. Recibió a los representantes del pueblo, escuchó sus quejas sobre la administración de su leal servidor y actuó en consecuencia: le cortó la cabeza. Y logró el amor de sus súbditos.
La jugada fue redonda. Y muestra como la política se cuece a fuego lento. Por eso los expertos en elecciones hablan de que hay que seguir las tendencias a largo plazo. Y por eso el juicio de los periodistas, siempre afectado por las urgencias de la actualidad, tiende a sobrevalorar debates como el de Zapatero y Rajoy, que apenas decidirán votos.
Nadie se hundió en el cara a cara. Ambos estuvieron en su papel. Zapatero estuvo ágil y enérgico, superó el examen de la economía y tiró de un fabuloso libro blanco para hacer nuevas propuestas, algunas de ellas muy concretas y oportunas. Pero perdió las formas al reprochar al PP los muertos del 11-M.
Por su parte Rajoy estuvo más incisivo y suelto que en el primer cara a cara y tuvo buenos momentos, sobre todo cuando sacó a pasear a Magdalena Álvarez, pero dejó pasar la oportunidad de marcar un gol con las infraestructuras para perderse en reiterar los principios que deben dominar la educación. Pasó de puntillas sobre la polémica supuesta promoción de la abstención que destapó el Financial Times. Y también rescató a la famosa niña al final de su discurso de despedida.
En fin, ahora comienza el debate sobre el debate. ¿Quién lo ganará? Los sondeos vuelven a decir que fue Zapatero. Y en las encuestas web hay más disparidad de criterios.
Quizá dé igual. El domingo habrá un veredicto definitivo, el de las urnas. Al que pierda, Zapatero o Rajoy, ya sabe lo que le espera: su partido le cortará la cabeza (política, por supuesto). Y si es Rajoy, quizá aparezca un César Borgia en el PP dispuesto a conquistar el amor de su pueblo.
Está claro que nestas eleccións prodúcese un desprazamento do voto á dereita, aínda que non gobernará. Sobe o PP, quitándolle votos ó PSOE e sobe o PSOE a costa de IU e os partidos de esquerda nacionalista.