El adiós de Anxo Quintana pone fin a una era en el nacionalismo gallego e invita a una reflexión. El alaricano fue durante mucho tiempo la esperanza blanca del BNG. Él ocupaba la cúspide del plan diseñado muchos años atrás para llevar al Bloque a la hegemonía política en Galicia.
Con Beiras el BNG llegó a desplazar al PSOE en el liderazgo de la oposición. Pero el sorpasso de 1997 no tuvo su refrendo cuando se volvió a votar en el 2001 (o sí, el Bloque obtuvo más votos que el PSdeG, y los mismos escaños). Beiras encabezaba entonces la candidatura nacionalista. Por perfil y por edad, se consideró que su tiempo había pasado. Y se encumbró a Anxo Quintana a lo más alto del cartel.
Era un relevo estudiado, perdían a un candidato carismático y algo excéntrico; ganaban uno más joven, más gris, más moderado, que a priori iba a provocar menos rechazos entre los no nacionalistas y, por lo tanto, iba a contribuir a ensanchar las bases electorales del BNG.
Llegaron las elecciones del 2005. Y la realidad frustró la primera parte del gran plan. El Bloque -liderado por primera vez por Quintana- perdía cuatro escaños. Pero las urnas dieron al BNG la opción de gobernar -como socio menor de una coalición- Galicia.
Se dijo entonces -y varios años después, el descrédito del bipartito se acentuó vertiginosamente en el último semestre- que desde el poder podrían demostrar a muchos gallegos que los nacionalistas no tenían cuernos ni rabo. En buena medida, ese plan se basó en la proyección y construcción de la imagen pública de Quintana, un candidato producto de los que se estilan tanto hoy en día.
El veredicto de las urnas en las elecciones del 2009 ha dado la puntilla al proyecto entero, que ahora debe ser reformulado por completo. Con nuevos protagonistas. Delante y detrás de las cámaras. Caído el mascarón de proa, ¿se guarda algún as en la manga el timonel para la asamblea del 10 de mayo?