Imaginad por un momento que Touriño se pone gamberro y decide, por su cuenta y riesgo, que para eso tiene las competencias, convocar las elecciones autonómicas el 22 de febrero, en pleno domingo de entroido, con el carnaval en su apogeo. Sería, sin duda, una jornada divertida, quizá la mejor de la historia. Eso sí, los presidentes de las mesas electorales tendrían ciertas dificultades para comprobar la identidad de los votantes y mantener el orden. Se oirían frases del tipo: «Quitese la mascara, por favor, señora choqueira» o «No se puede entrar en el colegio co armas, señor peliqueiro».
Por supuesto, la campaña electoral tendría que ser coherente con la fecha de la votación. Feijoo, que necesita movilizar muchos electores para intentar ganar por mayoría absoluta, consultaría con el alcalde de Lalín y se rodearía de un ejército de garotas.
Por su parte Quintana formaría una cabalgata de peliqueiros, cigarróns y xenerais para hacer los mítines más coloristas de la historia de Galicia. La campaña se haría a lomos de caballos de pura raza galega y podría comenzar, de forma simbólica, en el curro de Sabucedo. Por motivos obvios (un caballo no puede ir a velocidad de conselleiro -200 por hora- de ninguna forma, ni siquiera con la escolta de la Guardia Civil), solo celebrarían un acto, o dos, al día.
El PSOE, como autor de la convocatoria, tendría que echar el resto. Organizaría un gran maratón-baile de máscaras que duraría 15 días y contaría con todas las orquestas verbeneras del país. El protagonista estrella sería Zapatero. El presidente del Gobierno se disfrazaría de Juan Tamariz y ejercería, sin ninguna dificultad, de mago prestidigitador. Un golpe de varita y, ¡ale hop!, Se sacaría de la chistera todo tipo de medidas y promesas: pagas de 400 euros y ministerios de Deportes… Una galería inagotable de golpes de efecto.
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