Cuentan que la reina francesa Ana de Austria fue cortejada por dos cardenales. Ambos dirigieron sucesivamente la política del país durante buena parte del siglo XVII. Se llamaban Richelieu y Mazarino. Tan sólo el segundo fue correspondido.
Se cree que la soberana se desposó con Mazarino, que como buen italiano era dado a las bravatas. Y como buen político gustaba mucho de las promesas. Cuenta Alejandro Dumas en en la segunda parte de Los tres mosqueteros que un día la reina, harta de oir declaraciones de intenciones, lamentó no haber optado por el más eficiente Richelieu. Más o menos vino a decir: «Y yo he despreciado los amores de un hombre que no decía haré, sino he hecho». Pero siguió con el italiano.
Hoy debaten en la tele Zapatero y Rajoy. Y ambos candidatos estarían mucho más cómodos si solo tuvieran que interpretar el papel del seductor Mazarino. Prefieren cortejar a la reina, el votante indeciso, con promesas, requiebros, proclamaciones y eslóganes. Así podrán intentar captar sufragios, pero eso no es todo.
También deberán hacerse cargo del papel de Richelieu y hablar del pasado, de su gestión del Gobierno y de la oposición. Y esta batalla es más importante si cabe, en ella pueden perder, tanto uno como otro, muchos votos.
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