La Sexta emitió el pasado domingo un excelente reportaje sobre los primeros debates televisados de la democracia, los que mantuvieron Felipe González y José María Aznar en 1993.
La riqueza del programa fueron los abundantes testimonios. Maquillaje, tiempos, planos, decorados, orden de intervenciones… Sin pelos en la lengua moderadores, realizadores y asesores políticos dejaron claro que ambos partidos quisieron controlar hasta el más mínimo detalle de los debates y, de paso, poner en dificultades al contrario.
Dos ejemplos: los populares exigieron que los planos respuesta de Felipe fueran muy cortos, para que su expresividad no anulará al entonces joven y algo verde candidato popular. A su vez, el PSOE intentó jugársela al partido de la gaviota haciendo que las mesas fueran mucho más altas de lo normal. Era evidente, querían achicar en pantalla al pucelano, inferior en estatura al sevillano.
Esas y otras jugarretas, pullas y puñaladas son producto de la importancia electoral de estos debates. Siempre relevantes, en estos comicios pueden ser más decisivos que nunca.
El juego de tronos que protagonizan Zapatero y Rajoy no tiene un claro favorito y, como sentenció Manuel Campo Vidal en el programa sobre los debates, «de ahí se sale a hombros o con los pies por delante».