En las pasadas semanas, con motivo de la negociación del Acuerdo del Dialogo Social entre el Gobierno, los Sindicatos y las Organizaciones Empresariales –finalmente firmado el pasado 2 de febrero- se volvió a plantear en España el recurrente tema de si debemos prolongar la vida de nuestras centrales nucleares y, en definitiva, si en el futuro será preciso que la energía nuclear forme parte del “mix energético” (suma de las diferentes fuentes de energía).
Antes de entrar en esta espinosa cuestión debo confesar que mi larga y entusiasta afición al medio ambiente me ha convertido en un pertinaz alérgico a las centrales nucleares y a sus longevos residuos. Además no puedo ocultar que soy de una generación que se enorgullecía de llevar en la solapa el famoso pin ¿nuclear, no gracias?
Dicho lo anterior, quiero manifestar aquí que me preocupa mucho cómo deben abordarse los dificiles retos del cambio climático que se avecinan y la enorme dependencia energética de nuestro país. Téngase en cuenta de que en el momento presente del consumo de energía primaria en España, casi la mitad es de petróleo (el 48,5%), le sigue el gas natural (con un 23,7%), luego la energía nuclear (con el 10,5%; pero el 18% de la energía eléctrica) y con similar porcentaje las energías renovables (9,4%), para terminar con el carbón (7,9%) (La energía en España, MITyC, 2009). Y la dependencia energética española (es decir, con respecto a los recursos externos que, por lo tanto, debemos de importar) llega casi al ¡80%! (Sostenibilidad en España 2009, OSE); España importa el 100% del petróleo y el gas que consume y el 70% del carbón.
Si queremos “descarbonizar” nuestra economía, es decir, no depender casi exclusivamente, como hasta ahora, de las energías fósiles que son las mayores resposables de los peligrosos gases de efecto invernadero (recursos energéticos que además proceden de países exportadores de regímenes políticos inestables) pues claramente hay que variar la estrategia de nuestro consumo energético. Por supuesto que todos apostamos por las energías renovables (todavía es prematuro llamarlas “alternativas”) y la Unión Europea se ha fijado la meta de que en el 2020, el 20% de consumo energético proceda de energías renovables. Pero ¡seamos realistas!, todavía no llegamos en España al 10% de este tipo de benéfica energía. Y tenemos que estar preparados porque, como ya ha ocurrido, el precio del barril de petroleo se desmadre.
¿Qué alternativas tenemos? ¿es una buena opción la energía nuclear? Por lo pronto hablar de energía nuclear ha dejado de ser un tabú. Y así, el viejo científico ecologista –autor de la famosa “hipótesis Gaia”- J. E. LOVELOCK se descolgó afirmando en su libro La venganza de Gaia (2006) que “la civilización está en grave peligro y tiene que usar la energía nuclear o sufrir el daño que le causará nuestro airado planeta”. Un auténtico “bombazo”. De la misma opinión es P. MOORE, uno de los fundadores de Greenpeace que ahora preside la la organización Greenspirit. Y en España ha tenido cierto predicamento las ideas promovidas por la asociación de “ecologistas por la energía nuclear” (www.ecolo.org) encabezada por el ingeniero B. COMBY. Es el caso de dos sugestivos libros publicados en 2009 por científicos españoles: J. J. GÓMEZ CADENAS: El ecologista nuclear. Alternativas al cambio climático (Espasa-Calpe), y M. LOZANO LEYVA: Nucleares, ¿por qué no? (Debate).
Que hay muchos inconvenientes para las centrales nucleares lo sabemos: potenciales riesgos catastróficos, el problema de los residuos, el elevado precio de su construcción y desmantelamiento, etc.; pero habrá que ponderar sus ventajas: no emisión de gases de efecto invernadero, menor dependencia del exterior (nos autoabastecemos de uranio al 100%, aunque el uranio enriquecido para las centrales lo importamos), mejora en la seguridad de las centrales de 3ª y 4ª generación, etc.).
En el momento actual –tras la moratoria nuclear en España establecida en el Plan Energético Nacional de 1983- no existe ningún impedimento legal para que una empresa construya una central nuclear. Y, querámoslo o no, cuando hay déficit energético en nuestro país tiramos de los recursos de nuestros nuclearizados vecinos franceses.
Al final se trata de una cuestión económica y política. Lo importante es que no improvisemos y cabe pedir a nuestro Gobierno la máxima seriedad y transparencia en este punto. La cuestion energética no puede ser –como se ha dicho recientemente- moneda de cambio para resolver cuestiones particulares o esporádicas coyunturas.
Mucho me gustaría que fuera verdaderamente aplicable el plan “100% renovable” promovido por Greenpeace hace pocos años. Más digno de atención me parece la propuesta contenida en el Informe “Cambio Global España 2020/50. Energía, Economía y Sociedad”, presentado en el pasado CONAMA10 por algunos de nuestros mejores especialistas en economía de la energía: reducción del consumo de energía primaria (23% en 2030 respecto de 2009), incremento de las fuentes renovables (hasta el 45%), reducción de uso del petróleo (desde 49% en 2009 a 34% en 2030), disminución de la dependencia energética (del actual 80% al 68%), reducción de las emisiones energéticas de CO2 en un 50% en 2030 (respecto de a 1990), etc. Se afirma que este modelo es viable económicamente pero que es “imprescindible lograr un marco regulartorio consensuado y estable a largo plazo, que de confianza a los inversores y consumidores, agentes fundamentales del cambio” (…) “… es necesario un cambio radical en la forma en que se transforma y consume la energía…”. En cualquier caso este Informe excluye del futuro “mix energético” a la energía nuclear.
Y ¿si no es posible lograr esta deseada transición hacia un modelo de energía sostenible y bajo en carbono? Pues habrá que estudiar bien si tenemos que construir más centrales nucleares –como están haciendo otros muchos países- o renovar las seis que nos quedan. Y ¿qué haremos con los residuos? Pues que si no caben en el “almacén temporal centralizado” que está previsto, personas como LOVELOCK está dispuesto a prestar el jardín de su casa para enterrarlos. Todo lo que se pueda hasta que el esperanzador proyecto ITER -un reactor de fusión nuclear mucho más seguro y limpio que la actual fisión- logre sus frutos o se acabe implantado la llamada «economía del hidrógeno» de la que habla J. RIFKIN.