Hoy es el Día Mundial de la Educación Ambiental que se viene celebrando desde el año 1975 en que tuvo lugar una de los más famosos hitos de la historia de la educación ambiental: el Seminario Internacional de Educación Ambiental de Belgrado en el que se emitió la llamada Carta de Belgrado sobre Educación Ambiental enunciando sus objetivos a nivel mundial. Pocos años antes en la más conocida Cumbre de Estocolmo sobre el Medio Humano se aprobó una Declaración cuyo Principio 19º rezaba que “es indispensable una labor de educación en cuestiones ambientales, dirigida tanto a las generaciones jóvenes como a los adultos y que preste la debida atención al sector de población menos privilegiado, para ensanchar las bases de una opinión pública bien informada y de una conducta de los individuos, de las empresas y de las colectividades inspirada en el sentido de su responsabilidad en cuanto a la protección y mejoramiento del medio en toda su dimensión humana…”. Obsérvese que ya desde sus comienzos la educación ambiental está destinada no sólo a los niños y a los jóvenes sino a todas las generaciones, incluida la tercera edad.
Desde entonces se han sucedido otras muchas declaraciones internacionales (Tbilisi, 1977, Río de Janeiro, 1992, etc.), se han puesto en marcha infinidad de institutos especializados en educación ambiental (como el CENEAM en España), multitud de iniciativas (Agenda XXI Escolar, Hogares Verdes, etc.), Congresos, Libros Blancos, especialistas, y un largísimo etcétera. Incluso la UNESCO aprobó en 2002 la declaración del Decenio 2005-2014 de la Educación para el Desarrollo Sostenible que tiene por objeto integrar los principios, valores y prácticas del desarrollo sostenible en todos los aspectos de la educación y el aprendizaje, con miras a abordar los problemas sociales, económicos, culturales y medioambientales del siglo XXI.
Y con todo este abrumador esfuerzo, ¿hemos conseguido educar en la sostenibilidad a nuestros ciudadanos? Muchos dirán que sí aunque en las encuestas la preocupación por el medio ambiente no está en primerísimo lugar. Otros dirán que, en absoluto. Mayor consenso habrá en admitir que la generaciones jóvenes son más receptivas hacia los mensajes de la protección ambiental. Pero lo que a mi me preocupa especialmente –y quiere ser el leit motiv de este blog- es que dicha educación –que dura toda la vida- logre, como recoge el magnífico Libro Blanco de la Educación Ambiental en España, sus principales objetivos:
· Favorezca el conocimiento de los problemas ambientales, tanto locales como globales.
· Capacite a las personas para analizar de forma crítica la información ambiental .
· Facilite la comprensión de los procesos ambientales en conexión con los sociales, económicos y culturales.
· Favorezca la adquisición de nuevos valores pro-ambientales y fomentar actitudes críticas y constructivas.
· Apoye el desarrollo de una ética que promueva la protección del medio ambiente desde una perspectiva de equidad y solidaridad.
· Capacite a las personas en el análisis de los conflictos socioambientales, en el debate de alternativas y en la toma de decisiones para su resolución
· Fomente la participación activa de la sociedad en los asuntos colectivos, potenciando la responsabilidad compartida hacia el entorno.
· Sea un instrumento que favorezca modelos de conducta sostenibles en todos los ámbitos de la vida.
No se trata de palabras vacías que se las lleva el viento. Una norma como la Ley 27/2006 por la que se regula los derechos de acceso a la información, participación pública y acceso a la justicia, compromete muy seriamente a los poderes públicos en la vital tarea de la educación e información ambiental. Una tarea en la que también estamos comprometidos todos, las empresas, los sindicatos, los medios de comunicación, las instituciones educativas, las organizaciones no gubernamentales, etc. De que cada uno cumpla seriamente esta tarea –sin engaños ni manipulaciones- depende el benéfico objetivo de la educación ambiental.
Como Profesor universitario me agradó mucho leer en la Magna Charta Universitatum –firmada en Bolonia por los Rectores de las Universidades europeas, el 18 de septiembre de 1988, con ocasión del IX Centenario de esa vetusta Universidad italiana- en una de sus directrices fundamentales “que la universidad debe asegurar a las futuras generaciones la educación y la formación necesarias que contribuyan al respeto de los grandes equilibrios del entorno natural y de la vida”. Es lo que intentamos. Otra cosa es que lo logremos.