En el cuarto capítulo de la entrevista del periodista alemán Peter Seewald al Papa Benedicto XVI –que se ha publicado recientemente bajo el título Luz del mundo. El papa, la Iglesia y los signos de los tiempos (Herder, Madrid, 2010)- se aborda el problema de la catástrofe global a la que parece estar abocado el planeta Tierra, pincipalmente por los efectos del cambio climático.
Con anterioridad el Santo Padre había desarrollado algunas ideas sobre la cuestión ambiental en su Encíclica Social de la Caridad en la Verdad de 2009: sobre la necesidad de una honda revisión sobre el vigente modelo económico de desarrollo para “corregir sus disfunciones y desviaciones” (nº 32), sobre los deberes que nacen de la relación del hombre con el ambiente natural (y para con los pobres y las generaciones futuras) (nº 48), sobre la necesidad de que “el hombre gobierne responsablemente la naturaleza para custodiarla, hacerla productiva y cultivarla con métodos nuevos y tecnologías avanzadas, de modo que pueda acoger y alimentar dignamente a la población que la habita…” (nº 50), sobre la necesidad de “un cambio efectivo de mentalidad que nos lleve a adoptar nuevos estilos de vida” (nº 51)…
A la pregunta del periodista sobre cuál es la causa de la degradación ambiental, el papa se refiere al concepto de progreso que se desarrolló a partir de la Edad Moderna y que junto al valor de la libertad se tradujo en la capacidad ilimitada del hombre –lo que se puede hacer, hay que poder hacerlo- para dominar el planeta que ha desvelado su poder destructivo; y esto porque “ha quedado ampliamente fuera de consideración el aspecto ético”.
Pero, ¿qué se puede hacer para promover un progreso que no sea degradante, que integre ese compromiso ético? Y aquí Benedicto XVI apela a una “responsabilidad global” que tenga en cuenta “la Tierra en su conjunto y a todos los hombres”; una responsabilidad moral que debe pasar por “una consciencia moral nueva y más profunda, una disposición a la renuncia que sea concreta y se convierta también para el individuo en una norma de valores para su vida”.
Aun reconociendo el Pontífice la importancia de la voluntad política para este cambio de paradigma sobre el progreso, estoy de acuerdo con él en que la clave de esta decisiva transformación solo llegará si te toca la conciencia individual del ser humano que “pueda moverlos a determinadas renuncias e imprimir actitudes fundamentales an las almas”. ¿Acaso la raíz profunda del problema de la destrucción del medio ambiente no radica en –como apunta Seewald– en “la polución del pensamiento, con la contaminación de nuestras almas”?
Ante el materialismo y consumismo que domina nuestras sociedades y nuestros hábitos y mentes, se hace preciso nuevos modelos de conducta sostenible o –como dice el papa- “estilos de vida de renuncia racional”. No es casual que Juan Pablo II al comienzo de su pontificado –en 1979- nombró patrono de los ecologistas a San Francisco de Asis, modelo de amor a la naturaleza y, al mismo tiempo, de desprendimiento de los bienes materiales.
En un momento como el actual en el que cada vez somos más conscientes de los retos de la sociedad del riesgo global, soy de los que piensan de que –como en otros muchos momentos de la historia- los cambios decisivos no vendrán tanto de la técnica y del poder político sino de la vitalidad de la sociedad civil y de los estratos profundos del ser humano.