Después de la tempestad viene la calma, pero, en este caso, es obligado reflexionar serenamente sobre lo que acontece y ponerse a trabajar para prevenir o minimizar mayores males. Tras haber asistido, en el último mes, al dramático espectáculo de los dos huracanes –“Harvey” y “Irma”- que han azotado el Caribe golpeando, después, los ricos estados norteamericanos de Texas y de Florida, respectivamente, algo debemos decir. Al menos se lo merecen, sobre todo las víctimas (hasta el momento, 64, en el caso del “Harvey” y 115 en el caso del “Irma”), pero también las centenares de miles de personas damnificadas por los cuantiosos daños materiales ocasionados (cercanos a los 200.000 millones de dólares). Estamos acostumbrados a ver el reguero de víctimas mortales que se cobran los huracanes en los países pobres del Caribe pero, desde hace unos años, también es noticia de primera página las personas afectadas por los mismos fenómenos climáticos en el mismísimo “Imperio norteamericano”: el “Katrina” (con la máxima categoría “5” en la escala de Saffir-Simpson) en agosto de 2005, uno de los más destructivos, que asoló la ciudad de Nueva Orleáns; el huracán “Sandy” (categoría “3”), en octubre de 2012, que afectó a 24 de los 50 estados de Estados Unidos; y los ya aludidos, el “Harvey” (categoría “4”) y el “Irma” (categoría “5”), siendo este último uno de los mayores de las última décadas, sólo superado por el “Allen” de agosto de 1980 (categoría “5”) y, también, por el “Mitch” en 1998 (categoría “5”).
La primera pregunta que cabe plantear es si estos huracanes tienen que ver con el cambio climático. Los expertos nos dicen que no es tan raro la formación de huracanes en estos meses del año y, especialmente, en el océano Atlántico con final en el Caribe y en las costas de Norteamérica. Así, por ejemplo, en el amenísimo libro de Roberto BRASERO, titulado “La influencia silenciosa. Cómo el clima ha condicionado la historia humana” (publicado por la editorial Espasa en 2017) se explica “dónde nacen los huracanes” (en las aguas de Cabo Verde o las costas de Senegal) y como atraviesan el Atlántico y como, aprovechando las mismas corrientes marinas que permitieron a Cristóbal COLÓN descubrir las Américas, la pequeña borrasca africana se convierte en contacto con las calientes aguas del Caribe en amenazantes ciclones y huracanes tropicales. Sin embargo, si bien todavía hay muchas incertidumbres que despejar, existen algunas señales de la relación del cambio climático con la frecuencia e intensidad de los huracanes. En este sentido el último Informe de 2014 del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) sobre “impactos, adaptación y vulnerabilidad” alerta de la producción de “episodios meteorológicos extremos” asociados al cambio climático, ocasionado por la “interferencia antropógena peligrosa”. Y, por supuesto, que las actuales autoridades ambientales estadounidenses (no sus técnicos) no quieren oir hablar del cambio climático.
En el citado ensayo de BRASERO se recoge una sintética pero expresiva exposición de la “influencia decisiva” del clima sobre el Planeta (a lo largo de la Primera Parte) hasta el periodo de historia geológica –el “Holoceno”-en el que nos encontramos, para pasar después (en la Segunda Parte) a narrar los hechos más significativos de la “influencia silenciosa” del clima en el ser humano (desde la última glaciación hace 11.700 años, pasando por los “óptimos climáticos” y por la “pequeña Edad del Hielo” que se prolongó durante cinco siglos hasta mediados del XIX). Por el contrario, la Tercera Parte de la obra la dedica su autor a la “influencia humana” en el clima, poniendo de manifiesto la gran mayoría de los climatólogos la clara tendencia a un calentamiento sostenido en el Planeta (durante el siglo XX la temperatura media de la Tierra subió 0,6º). Hoy en día el IPCC atribuye todo el calentamiento de la segunda mitad del siglo XX a la actividad humana. Y el mismo autor, escribe un su capítulo 22º acerca del nacimiento de “una nueva era climática” –en octubre de 2016- al comprobarse por la Organización Meteorológica Mundial que la concentración de CO2 en la atmósfera había superado las 400 partes por millón. Pocos años antes, en el año 2000 fue acuñado por el Premio Nobel Paul CRUTZEN el término “antropoceno” para significar el gran cambio ambiental producido por el ser humano en la Tierra, en particular, a partir de la Primera Revolución Industrial; en definitiva, habríamos dejado atrás el Holoceno, para pasar a la nueva época geológica -el “Antropoceno”- cuando la influencia humana comenzó a ser relevante para el propio desarrollo del Planeta.
Las consecuencias más conocidas del calentamiento global son –como señala el “hombre del tiempo” de Antena 3- la desaparición del hielo (tanto continental como marino), el ascenso del nivel del mar y la modificación de las precipitaciones a escala planetaria. Y de cara al futuro, los pronósticos no son muy halagüeños: “advierte el IPCC de que cualquier de estas trayectorias (de subida de temperaturas al final del 2100 de un rango entre +2,6º y +4,8º de media), cambiará los patrones estacionales de las lluvias, variará el ciclo del agua e intensificará los episodios de precipitaciones extremas, sobre todo en las latitudes medias y las regiones tropicales húmedas”. Desde el nacimiento de la política del cambio climático, en Río de Janeiro en 1992, sabemos lo que tenemos que hacer: de una parte, mitigar los gases de efecto invernadero (mitigación) y, de otra parte, preparar los ecosistemas y los sistemas humanos para reducir su vulnerabilidad ante la inevitable llegada de las consecuencias negativas del calentamiento global (adaptación). Otra cosa es que estemos dando los pasos precisos con la urgencia debida.
En la obra colectiva que lleva por título “Cambio Climático S.A. Cómo el poder (corporativo y militar) está moldeando un mundo de privilegiados y desposeídos ante la crisis climática” promovida por el Transnational Institute (TNI) y dirigida por Nick BUXTON y Ben HAYES (publicada en España por FUHEM Ecosocial en 2016), se pone de manifiesto las severas diferencias entre el Sur y el Norte, en la capacidad financiera y técnica para responder a los impactos del cambio climático. En la nueva “agenda de seguridad climática”, con su gestión de riesgos y promoción de la resiliencia, no puede plantearse de forma aislada o parcial. “Adaptación y seguridad” –se recoge en la Introducción del citado libro- “¿Para quién?”. Ante los impactos del cambio climático que ya estamos viendo (sufriendo), sólo desde una perspectiva de solidaridad cabe asumir los repetidos conceptos de “adaptación” y “resiliencia”, en el marco de los principios de justicia, democracia y sostenibilidad. Comparto lo que recogen al final de sus conclusiones los editores de la referida obra colectiva: citando una reflexión de Rachel SOLNIT en su libro “A Paradise Built in Hell”, frente a lo que llama “pánico de las élites” y las “narraciones distópicas y neomalthusianas”, copia: “el desastre a menudo revela cómo podría ser el mundo, revela la fuerza de la esperanza, la generosidad y la solidaridad; revela la ayuda mutua como un principio operativo genuino y a la sociedad civil como un agente que cuando está ausente espera entre bastidores. El huracán Sandy es un buen ejemplo”.
Y todavía me gusta más el pensamiento del ambientalista y escrito Paul HAWKEN con que rematan sus conclusiones BUXTON y HAYES: “si analizas lo que está sucediendo en la Tierra desde un enfoque científico y no eres pesimista es que no entiendes los datos. Pero si conoces a las personas que están trabajando para restaurar el Planeta y mejorar la vida de los pobres y no eres optimista, es que no tienes pulso. Lo que veo en todo el mundo es gente común dispuesta a enfrentar la desesperación, el poder e incontables avatares para devolver cierta apariencia de gracia, justicia y belleza a este mundo”.