Hace pocas semanas se hacía público un Manifiesto de corte ecologista titulado “última llamada” (hashtag en twitter: #Ultimallamada), que ha sido firmado ya por varios centenares de personas, entre ellas relevantes ecologistas, activistas sociales, profesores/as universitarios/as, personalidades políticas, así como muy destacados pensadores e intelectuales en el campo del medio ambiente como, a título de ejemplo, los economistas Joan MARTÍNEZ ALIER y José Manuel NAREDO, el primer Director de la Agencia Europea de Medio Ambiente, Domingo JIMENEZ BELTRÁN, los escritores Jorge RIECHMANN y Joaquín ARAUJO, el fundador de la “Nueva Cultura del Agua”, Pedro ARROJO, y mi buen amigo Luis JIMENEZ HERRERO, ex-Director del Observatorio de la Sostenibilidad de España y flamante Presidente de la Asociación para la Sostenibilidad y el Progreso de las Sociedades (ASYPYS).
La idea central del Manifiesto –que no es nueva como el mismo se encarga de subrayar- es una aguda crítica a la vigente sociedad productivista y de consumo que ya no puede ser sustentada por el Planeta, que es discriminatoria, “tecnólatra y mercadólatra”, que nos está llevando a “un colapso civilizatorio” en el presente siglo XXI, que será “el mas decisivo de la historia de la Humanidad”, “donde se dirimirá nuestra continuidad en la Tierra (de la especie humana) y la posibilidad de llamar humana a la vida que seamos capaces de organizar después”. Y, aunque “la ventana de la oportunidad se está cerrando” –sigue afirmando el Manifiesto- todavía estamos a tiempo (se cifra en un lustro) para “asentar un debate amplio y transversal sobre los límites del crecimiento, y para construir democráticamente alternativas ecológicas y energéticas que sean a la vez rigurosas y viables”. Se termina concluyendo: “Una civilización se acaba y hemos de construir otra nueva. Las consecuencias de no hacer nada -o hacer demasiado poco- nos llevan directamente al colapso social, económico y ecológico. Pero si empezamos hoy, todavía podemos ser las y los protagonistas de una sociedad solidaria, democrática y en paz con el planeta”.
Se trata, a mi juicio, de un manifiesto oportuno en unos tiempos como los que corren en que la preocupación social -y de la opinión pública- sobre el estado del medio ambiente está bajo mínimos y en el que lo único que preocupa es salir de la crisis económica y acabar con la corrupción política, lo cual no es poco.
Ya está bien -se viene a decir- de los “mantras cosméticos del desarrollo sostenible”. Me hace gracia esta expresión porque no le falta razón al Manifiesto al expresarse así, ya que estamos hartos de oir hablar de sostenibilidad y desarrollo sostenible, como mero recurso publicitario, para teñir de verde empresas, productos y servicios. Pero, en mi opinión, el abuso de los términos no invalida los serios intentos de lograr, al tiempo, una sostenibilidad ambiental, social y económica.
De otra parte, a lo largo del manifiesto aparece referencia al larguisimo e inacabado debate sobre los “límites del crecimiento”. Un debate que se inició con el Informe MEADOWS encargado al MIT por el Club de Roma, publicado en 1972; que más tarde fue actualizado en 1992 (“Mas allá de los límites del crecimiento”) y luego renovado treinta años después (con la referencia a la “huella ecológica”) en 2004. Más reciente todavía es el “Informe 2052: un pronóstico global para los próximos cuarenta años” del Profesor holandés Jorgen RANDERS, publicado en 2012, con la inclusión de los aspectos del cambio climático. Por cierto que, sobre esta temática, este año 2014 se ha publicado en España un interesante ensayo del profesor italiano Ugo BARDI: “Los límites del crecimiento retomados” (editado por Catarata, Madrid, 2014) con un repaso de la historia de los “límites del crecimiento”, reflexiones sobre los modelos en que se basa, sobre sus críticas y el debate político que ha generado.
BARDI achaca el relativo fracaso mediático de los informes del Club de Roma al llamado “efecto Casandra” (por cierto, véase su interesante blog), es decir, la tendencia humana a no creer en las malas noticias y dado que, como se demuestra en la actualidad (con relación al cambio climático) no se pueden poner en marcha, por ser impopulares, acciones globales de gran envergadura, se muestra -el Profesor italiano- partidario de los “pequeños pasos”, “medidas que sean flexibles y que se puedan adoptar progresivamente a los cambios en la magnitud de los problemas y en la comprensión pública de la situación”. Me parece una buena opción.
Quizá los “necesarios cambios radicales en los modos de vida, las formas de producción, el diseño de las ciudades y la organización territorial…” que reclama el Manifiesto estén ya fuera de nuestro alcance –como se desprende en el sugerente epílogo de Jorge RIECHMANN al ensayo de BARDI– y que lo único que nos quede es “tratar de ganar resiliencia para los tiemos durísimos que vienen”.
El Manifiesto ha sido criticado por algunos por su “diagnóstico catastrofista” y por constituir “una enmienda a la totalidad del sistema económico y social”. Por supuesto que nadie puede negar que en nuestro mundo hay una minoría que acapara la mayor parte de la riqueza mientras muchos cientos de millones viven en una pobreza abyecta y muchos mueren de hambre pese a que despilfarramos buena parte de los alimentos que producimos, lo cual es de todo punto inaceptable. Pero también es un dato incontestable que en los últimos decenios hemos conseguido reducir los índices de probreza y aumentar la esperanza de vida. Leyendo en último informe de Naciones Unidas de 2014 sobre los “Objetivos de Desarrollo del Milenio” hay razones para no incurrir en pesimismo depresivo aunque no para dormirse en los laureles.
Hay también en el Manifiesto una referencia esperanzada a los muchos movimientos existentes en pro de la justicia ambiental. Y como jurista, valoro especialmente esta perspectiva como los que defendemos que la forma de Estado del futuro ha de ser la del «Estado Social, Democrático y Ecológico de Derecho«.
Es muy posible que transcurra un lustro y haya que volver a formular, una y otra vez, nuevas llamadas de atención pero, en todo caso, estoy plenamente de acuerdo con el Manifiesto en que “necesitamos una sociedad que tenga como objetivo recuperar el equilibrio con la biosfera, y utilice la investigación, la tecnología, la cultura, la economía y la política para avanzar hacia ese fin” y que, además, “necesitaremos para ello toda la imaginación política, generosidad moral y creatividad técnica que logremos desplegar”. Es un reto apasionante y urgente –al que me adhiero con los cientos de firmantes del Manifiesto-, sobre el que, desde aquí, deseamos, humildemente, promover y fomentar con todas nuestras fuerzas.
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