Reconozco que desde que vivo en Galicia (recién acabo de cumplir mis veinticinco años aquí) me he ido aficionando al pescado, al buen pescado, yo que me calificaba de impenitente carnívoro. Pero lo cierto es que, aún en esta querida “terra galega”, cada vez es más dificil encontrar pescado “autóctono”. La globalización económica y el mercado internacional -promovido por las grandes multinacionales de la pesca industrial- pemiten diponer en nuestra dieta de especímenes de peces procedentes de los más alejados espacios marinos. Y, como yo, gran parte de los ciudadanos del Planeta valoramos cada vez más la proteínas que nos proporcionan el pescado; así, el consumo anual por persona en el mundo ha aumentado de forma estable, pasando de una media de 9,9 Kg en la década de los 60 a 16,4 Kg en 2005.
Esta creciente demanda de pescado en todo el mundo ha propiciado –como señala la FAO– que el 80% de las pesquerías del mundo están riesgo debido a la excesiva presión o esfuerzo pesquero (dentro de este porcentaje, el 52% de los recursos pesqueros están completamente explotada, el 19%, sobreexplotados y el 8% han sido agotados). En 2006, la producción pesquera mundial conjunta de pesca y acuicultura alcanzó los 144 millones de toneladas, constituyendo la acuicultura una tercera parte del suministro mundial de productos pesqueros (pero casi la mitad del suministro de peces comestibles).
Ante el incremento de consumo de pescado en el mundo resulta muy oportuno el ensayo publicado por Paul GREENBERG, bajo el título Cuatro peces. El futuro de los últimos alimentos salvajes (RBA divulgación, Barcelona 2012). Este periodista estaunidense –consumado aficionado a la pesca deportiva desde su infancia- hace un fascinante y detallado relato sobre las cuatro especies de peces que predominan en la dieta de los norteamericanos: el salmón, la lubina, el bacalao y el atún. Cada uno de los capítulos en los que se estructura esta investigación –que no tiene pretensiones científicas pero que, a mi juicio, acierta con algunas de las más importantes claves sobre la gestión sostenible de las torturadas pesquerías- parte de la experiencia personal (de pescador aficionado) del autor y va describiendo con gran agudeza los problemas (de sobrepesca, fundamentalmente) a los que se ha llegado en cada una de las especies pesqueras y como, en ocasiones, se ha intentado paliar con la domesticación de las especies salvajes, es decir, mediante la piscicultura.
Como señala el autor, cuando la gente conoce la triste realidad de la sobreexplotación de los recursos pesqueros suele hacerse la pregunta que encabeza este comentario: ¿qué pescado debo comer?, como si fuera la solución para reorientar nuestro insaciable apetito marino y evitar el colapso de las valiosas pesquerías.
Por encima de los interesantes detalles y peripecias del “rey salmón”, del “pescado de los días de fiesta (la lubina), del “plebeyo bacalao” o del “último bocado (el atún)” –siguiendo la terminología del autor- me parecen extraordinariamente importantes y acertadas las recomendaciones que se vierten en el estudio para mejorar nuestras relaciones, las de los seres humanos para con los delicados recursos pesqueros: “los términos –en palabras de GREENBERG- de una paz justa y duradera entre el ser humanos y los peces”. Objetivos de una paz justa y duradera que se pueden resumir en los siguientes puntos: la “reducción drástica de la pesca” y el “fomento de un nuevo sector artesanal de pescadores-ganaderos respetuosos que sepan gestionar las pesquerías además de capturarlas”; la “conversión de importantes partes de los ecosistemas en reservas pesqueras”; la “protección de la parte baja de la cadena alimentaria”; elegir muy bien las especies pesqueras que interesa domesticar (eficientes, no destructoras del sistema salvaje, en cantidad limitada, adpatables y aptas para el policultivo); etc.
Cuando estaba leyendo estas conclusiones no he podido menos que, inmediatamente, volver la mirada a Galicia donde, desde hace casi una década, se había llegado a idénticos planteamientos, que más recientemente han acabado implantándose con éxito en varios lugares de nuestra costa. Me refiero a las reservas marinas de interés pesquero de “Os Miñarzos”, en Costa da Morte (creada en 2007) y la de la “Ría de Cedeira” (creada a comienzos de 2009). Y en esta tarea –y en su extensión a otros lugares- están trabajando muy eficazmente los expertos de la Fundación Lonxanet, con mi buen amigo Antonio GARCÍA ALLUT a la cabeza.
“Tenemos que llegar a comprender que comer pescado salvaje es, ante todo, un privilegio” acaba diciendo Paul GREENBERG en la obra que comentamos. Este privilegio lo podemos disfrutar todavía los que tenemos el privilegio de vivir en Galicia, pero, quizá, no por mucho tiempo, salvo que seamos capaces de aplicar medidas valientes en la gestión de nuestros ecosistemas marinos. Y es que, no en vano, afirma el repetido autor (unas páginas antes): “El futuro del crecimiento de la humanidad depende en gran medida de cómo gestionemos los mares y océanos”.
No es oro todo lo que reluce. El nombre suena bien, pero el modelo tiene muchos fallos. En Cedeira, que es lo que mejor conozco, se trata básicamente de que nadie se acerque al banco de coquina y en el resto reservar la pesca para unos pocos barcos. Eso si, abundantemente subvencionado con fondos europeos.