Hace una semana que terminó en la Conferencia de Durban sobre Cambio Climático -o más técnicamente, la 17ª Conferencia de las Partes del Convenio de Naciones Unidas sobre el cambio climático (COP17) y, al mismo tiempo, la 7ª reunión de las Partes en el Protocolo de Kioto (CMP7)- y la impresión mayoritaria es que ha resultado un fracaso. Lo más relevante es que se ha postpuesto hasta el 2015 la firma de un compromiso para reducción de las emisiones de efecto invernadero que, además, sólo sería aplicable a partir del año 2020. Por lo tanto, el “Protocolo de Kioto II” –que debería haber sucedido al Protocolo de Kioto vigente hasta el 2012- tendrá que esperar a mejores tiempos. Estados Unidos estaba ya fuera de este Protocolo pero ahora Rusia, Canadá y Japón ya habían advertido que no formarían parte del segundo periodo de los compromisos de Kioto.
A modo de “prima de riesgo climática”, la concentración de dióxido de carbono (CO2) -que actualmente ronda las 390 partes por millón (ppm)- puede implicar, según los científicos, que se cumpla de cara a finales de presente siglo (2100) el peor de los escenarios de la senda de los 2 a 3 grados centígrados. Con las consiguientes repercusiones para gran parte del Planeta. Consecuencias que quizá nos las veamos nosotros pero que, si no lo remediamos, las padecerán las generaciones venideras.
Pero, verderamente, la Cumbre de Durban de los pasados días 28 de noviembre a 10 de diciembre (prórroga incluida), ha sido ¿un éxito o un fracaso? Pues todo depende del “cristal con que se mire”. Los ecologistas, como es habitual en estos casos, se muestran totalmente decepcionados. Los negociadores y algunos de los representantes de los 190 países que han participado en la Cumbre, pues que “se han salvado los muebles” y que se albergan todavía algunas esperanzas de cara a la próxima reunión de 2012 en Qatar y Corea del Sur. Al menos se ha podido fijar la “hoja de ruta” de las futuras negociaciones sobre el cambio climático.
No se ha perdido el tiempo del todo. Se ha creado un Fondo Verde (el “Climate Green Fund”). Nada menos que 100.000 millones de dólares anuales aportados por los países desarrollados (no sabemos todavía cuáles) -que estarán disponibles desde el 2020 (¡échale un galgo!)- para ayudar a las economías y paises más perjudicados por los efectos del cambio climático. Por su parte, Connie HEDEGAARD, la –»inmodesta»- Comisaria europea de Acción por el Clima, destaca el importante papel que ha desempeñado la Unión Europea en las negociaciones de Durban logrando arrancar de los países más contaminantes (Estados Unidos, China e India) el compromiso de que se van a comprometer en el futuro (para el 2020) a reducir sus insostenibles emisiones. Afirma esta Comisaria: ”No es, sin embargo, exagerado afirmar que Durban ha supuesto un cambio decisivo. No es el final del camino, sino el comienzo de una nueva fase en la política climática internacional, una nueva fase con un mandato claro de incrementar el nivel de ambición, tanto actualmente, como en el futuro régimen jurídico”.
Otras cosas menos llamativas se han aprobado; creación de Centros y Redes de Tecnología del Clima, nuevos sistemas de captación del carbono (CCS), medidas contra la desforestación, etc. Solo faltaría que tanta “materia gris”, reunida en esa ciudad sudafricana, hubiera vuelto con las manos vacías. No obstante, leyendo a algunos de los mejores conocedores de esta materia en nuestro país (los profesores Xavier LABANDEIRA y Pedro LINARES), parece que se está abriendo paso -en el contexto internacional- un sano realismo en esta vital cuestión del cambio climático: lo importante es concentrar los esfuerzos en los paises que más emisiones producen (el 70% del total se deben sólo a cinco países –China, desde hace poco, a la cabeza-, incluyendo como tal a la Unión Europea). Y otra idea, a mi juicio, la más interesante, es que quizá las soluciones del futuro no vendrán tanto de las grandes –y a veces folklóricas- “Cumbres climáticas”, sino del esfuerzo de cada país en la lucha contra los efectos del cambio climático (reducción de las emisiones y medidas de adaptación). En definitiva, soluciones descentralizadas.
Si no podemos aspirar, por ahora, a exigir estrictos compromisos jurídicos, habrá que apelar a la “solidaridad intrageneracional” de nuestros Gobiernos. Al menos confiemos que las “Cumbres climáticas” -como la de Durban o las siguientes de Qatar y Corea del Sur de 2012- sirvan para mantener sensibilizada a la opinión pública mundial.