En estos días ha sido noticia la suspensión de algunas líneas del AVE por no ser rentables, a la par que proliferan por doquier los medios de comunicación informando que, por el mismo motivo, se están cerrando otras líneas de cercanías de viajeros. También se ha cerrado en España algún aeropuerto recientemente construido. Ahora en estos meses del verano se contarán por millones los desplazamientos de los sufridos veraneantes. Viajar es una necesidad, viajar es un placer; pero viajar y los medios de transporte son hoy fuente de muchas incertidumbres hacia el futuro.
Como se declara en la exposición de motivos de la reciente Ley 6/2011 de Movilidad de la Comunidad Valenciana “movilidad, progreso y libertad se han venido entrelazando en los últimos dos siglos de la historia de las sociedades avanzadas trasformando radicalmente el escenario de aislamiento y subdesarrollo en el que transcurría la vida de la inmensa mayor parte de las personas, mediante la multiplicación de las posibilidades para desplazarse y por lo tanto de las opciones de trabajo, formación y acceso a los servicios, a la vez que las empresas generaban cada vez más riqueza y empleo”.
Nadie duda de que el transporte constituye uno de los signos principales del desarrollo económico (en nuestro país esta actividad se acerca al 10% del PIB). Sin embargo, durante los últimos decenios se está poniendo de manifiesto las externalidades que generan y los problemas que derivan de su altísima dependencia de los combustibles fósiles. Desde la perspectiva del medio ambiente los diferentes medios de transporte (aéreos, marítimos y terrestres) generan cerca del 25% de los gases de efecto invernadero que tanto colaboran al cambio climático. Pero también las infraestructuras de transportes –carreteras, vías de ferrocarril, puertos y aeropuertos- suponen innumerables impactos ambientales y verdaderas fracturas en la continuidad ecológica de muchos ecosistemas. No menores son los trastornos sociales de un mal uso y diseño de estas infraestructuras: congestiones, atascos, retrasos, tensiones…
La búsqueda de una mayor eficiencia en el transporte, la reducción del coste energético, la minimización de sus impactos, etc. son objeto de innumerables estudios y centro de atención en muchos congresos (cfr. por ejemplo, el grupo de trabajo dedicado en el CONAMA-2010 al “transporte sostenible”). Son cada vez más abundantes las estrategias (como la “Estrategia Española de Movilidad Sostenible”), las normas que se aprueban (como la ya citada Ley valenciana o la ya comentada aquí Ley estatal 2/2011 de Economía Sostenible: artículos 99 a 106), y los planes que se diseñan para procurarnos una mejor movilidad y un transporte más sostenible. En estas fechas es objeto de polémica la aplicación o no de la “euroviñeta” (un impuesto especial recientemente aprobado por la Unión Europea que graba a los camiones a partir de cierto tonelaje y tiene una finalidad ambiental).
En todo caso, las soluciones que se barajan pasan, como siempre, por el fomento de los servicios públicos del transporte para los viajeros, por la preferencia del transporte marítimo y ferroviario para las mercancías, por la intermodalidad de los medios de transporte (es decir, su articulación para transportar viajeros y mercancías desde su origen hasta su destino final), el uso compartido del coche, el fomento del coche eléctrico, etc.
Frente a la libertad que hoy tenemos de utilizar cualquier tipo de medio de transporte para desplazarnos a donde queramos (el mundo se ha quedado pequeño), es posible que el futuro pase por una restricción de tal libertad y la disponibilidad de mayores recursos públicos de transporte. Es muy difícil invertir las tendencias en los hábitos de movilidad cuyo símbolo del progreso sigue siendo el vehículo particular; el previsible incremento de los precios del combustible será el correctivo más determinante para ello.
Pero en lo que se refiere a las infraestructuras del transporte –volviendo al ejemplo del principio- en estos momentos de aguda crisis parece claro que aquel objetivo de que “todo español tendría acceso al AVE a menos de media hora de su casa”, no es de recibo, no es sostenible. Hay que revisar, a mi juicio, la aplicación del “Plan Estratégico de Infraestructuras y Transporte” (PEIT) y no, desde luego, primando las más caras modalidades de transporte.