De un tiempo a esta parte estoy detectando en el mercado editorial cómo un tema -que no es nada nuevo- está cobrando una especial fuerza en los tiempos de crisis en los que nos movemos. Se trata de la llamada “teoría del decrecimiento” simbolizada por un caracol: “una corriente de pensamiento político, económico y social favorable a la disminución regular controlada de la producción económica con el objetivo de establecer una nueva relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza” (Wikipedia). Este movimiento cuenta con un creciente número de intelectuales que defienden la necesidad de invertir la tendencia del vigente modelo productivo que nos puede llevar al colpaso de los recursos naturales. Y, por supuesto, que este planteamiento ha calado profundamente en la casi totalidad del movimiento ecologista.
Serge LATOUCHE, Profesor emerito de economía de la Universidad Paris-Sud VI (Orsay) –que se autodenomina “objetor del crecimiento”- es actualmente uno de los más reconocidos difusores de este sugerente planteamiento y, en España, son muy conocidas sus publicaciones en la editorial Icaria (La apuesta por el decrecimiento, 2008; Pequeño tratado del decrecimiento sereno, 2009; etc.). Según este autor, “hay que abandonar el objetivo del crecimiento por el crecimiento” y, como el “crecimiento infinito es incompatible con un mundo finito”, hay que frenar la “adicción al crecimiento” si no queremos estrellarnos contra los límites del Planeta. Y defiende su “revolución del decrecimiento” sobre la base de lo que denomina el “círculo vicioso del decrecimiento sereno, amable y sostenible”, que se compone de los siguientes objetivos: “revaluar, reconceptualizar, restructurar, redistribuir, relocalizar, reducir, reutilizar y reciclar” (las ocho R).
Por supuesto que esta teoría cuenta con muchos precedentes: las tesis del bioecónomo Nicholas GEORGESCU-ROEGEN, los Informes del Club de Roma de 1972 (sobre los Límites del crecimiento), etc. Podemos encontrar multitud de publicaciones, números extraordinarios de revistas, webs, congresos monográficos, clubs de debate e incluso un partido politico en Francia “por el Decrecimiento”.
En nuestro pais, Carlos TAIBO, profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, acaba de publicar un librito titulado El drecrecimiento explicado con sencillez (Los Libros de la Catarata, Madrid, 2011). Contiene una síntesis de las claves más importantes de esta teoría: que el crecimiento no genera de manera necesaria cohesión social, que se ha traducido a menudo en agresiones medioambientales irreversibles, que el PIB no expresa el nivel de felicidad de las sociedades, que la huella ecológica del Norte opulento refleja que vivimos muy por encima de nuestras posibilidades, etc. Y, más recientemente, el biólogo Ramón FLOCH acaba de publicar un ensayo titulado La quimera del crecimiento. La sostenbilidad en la era postindustrial (RBA, Madrid, 2011) que se orienta en una dirección similar.
Y ¿qué decir de todo esto? Confieso que necesito una mayor reflexión para opinar mas autorizadamente sobre el alcance y contenido de esta tesis que emerge con gran fuerza. Lo cierto es que me atraen muchos de sus argumentos: frente a la megalomanía productivista, “lo pequeño es hermoso”; ante la comida rápida, el digerir tranquilo; frente a la opulencia, la sobriedad serena; frente a la cultura del tener, la libertad del ser; etc. Pero no tengo tan claro como lograr el necesario cambio del modelo productivo, cuál es la capacidad de carga del territorio, cómo repartir la riqueza, cómo renunciar voluntariamente al ritmo del actual consumo… Lo que tengo muy claro es que no es posible mantener el nivel de crecimiento entre tan pocos como somos los privilegiados del Primer mundo; que ahora no podemos negar el desarrollo a los países emergentes. Y lo que tengo clarísimo es que, por ejemplo, no es sostenible que en la ciudad donde vivo hayamos inaugurado, en lo más crudo de la crisis, ¡el tercer centro comercial más grande de Europa! O que, en aras al crecimiento, queramos ampliar nuestro aeropuerto aun a costa de la tranquilidad de los sufridos vecinos de su entorno… Sinceramente, ¡no lo entiendo! ¡que alguien me lo explique!
eso último que comenta da una idea de lo poco que nos importa el resto del mundo…lo que, a su vez, explicaría que la «teoría del decrecimiento» sea eso, una teoría, que a nuestros gobernantes no se les pasará ni por asomo tenerla en cuenta..gracias por sus escritos.