La celebración, el pasado 5 de junio del día mundial del medio ambiente, me sorprendió de viaje, asistiendo en Pamplona a un interesantísimo workshop sobre “Las estructuras regulatorias del riesgo en la Unión Europea”, invitado por mi buen amigo el Profesor Ángel RUIZ DE APODACA, uno de los mejores jurístas ambientalistas de nuestro país. El motivo utilizado por el Programa de Naciones Unidas para el medio ambiente (PNUMA) este año 2013 me parece particularmente oportuno, dedicado a la sostenibilidad alimentaria y divulgado con el lema “Piensa, Aliméntate, Ahorra”.
En un mundo como el nuestro en que con menos de una cuarta parte de los alimentos desechados en Estados Unidos y en Europa se podría acabar con la malnutrición que padecen casi mil millones de personas en el Planeta, resulta un sarcásmo el desplifarro alimentario existente. El Papa FRANCISCO, en su audiencia del mismo 5 de junio, en la Plaza de San Pedro, denunciaba la “cultura de lo descartable” y con gráfica expresión señalaba que “la comida que se deseecha es como si fuese robada de la mesa de los pobres, de los hambrientos”.
En la Unión Europea –donde se producen 90 millones de toneladas de desechos alimentarios cada año- la Comisión Europea se ha propuesto como objetivo reducir a la mitad los alimentos en buen estado que se desechan para el 2020. Y, es que tantos descartes no sólo constituyen una monumental injusticia en un un mundo con millones de bocas hambrientas, sino que además suponen un grave impacto para el medio ambiente: un uso ineficiente de la tierra, una pésima gestión del agua, una proliferación de sustancias contaminantes, etc. Se trata, en definitiva, de reducir nuestra “huella alimentaria”.
Hace pocos años el PNUMA publicó un interesante informe titulado “Evitemos las hambrunas en el futuro: fortalecimiento del fundamento ecológico de la seguridad alimentaria mediante sistemas alimentarios sostenibles”. Para que el mundo pueda alimentarnos a los 7.000 millones de personas que poblamos el Planeta (9.000 millones en el 2050), se precisan los cuatro pilares de la “seguridad alimentaria”: disponibilidad (de cantidades suficientes de alimentos con la calidad y el valor nutricional debidos), acceso (modo de costear la adquisición de provisiones de alimentos nutritivos), utilización (alimentación adecuada, agua limpia y saneamiento adecuado) y establidad (aseguramiento del acceso a la alimentación en todo momento). Pero, junto a estos pilares de la seguridad alimentaria se necesita basar toda el sistema alimentario en un sólido fundamento ecológico; es decir, evitando perjudicar las condiciones naturales básicas necesarias para producir los alimentos (agua, suelo, diversidad biológica) y reduciendo sus efectos colaterales (contaminación de las aguas subterráneas y superficiales, emisiones de gases de efecto invernadero, acumulación de residuos, etc.).
La agricultura (cultivos y ganado) proporciona el 90% de la ingesta total de calorías del mundo (la pesca y la acuicultura el 10% restante). Y, en este sentido, tras la llamada “revolución verde” de los años setenta del siglo XX –promotora en muchos casos del uso intensivo de abonos químicos, pesticidas y fitosanitarios- que acabó en muchos países con la hambruna, se abre camino una nueva revolución agraria que viene marcada por la llamada “agroecología” que tiene por objetivo prinicipal el conocimiento de los elementos y procesos claves que regulan el funcionamiento de los agrosistemas, con el fin de establecer las bases científicas para una gestión de los sistemas agrarios en armonía con el ambiente; un nuevo sistema de producción agraria que se preocupa no sólo de la salud de los ciudadanos sino también del bienestar social y económico de los agricultores y ganaderos (cfr. la publicación del CSIC: Agroecología y producción ecológica, 2010).
En esta misma dirección se orienta el interesante ensayo de la periodista francesa, Marie-Monique ROBIN -autora de los reivindicativos libros y documentales sobre el tema alimentario: “El mundo según Monsanto” (2008) y “Nuestro veneno cotidiano” (2010): “Las cosechas del futuro. Cómo la agroecología puede alimentar al mundo” (publicado por Ediciones Península, Barcelona, 2013), un fuerte alegato contra el dominante modelo agroindustrial y una defensa –basada en experiencias concretas a lo largo del mundo- de un modelo productivo mas sostenible basado en la “agroecología”. Tras el largo periplo que la autora ha realizado por todo el Planeta estudiando los modelos de producción alimentaria varias conclusiones rematan su trabajo: comer menos carne, luchar contra los biocarburantes y no confundir algunos productos agrícolas que se comercializan como “ecológicos” (“bio”) pero que, en realidad, no son propiamente “agroecológicos”.
Me gusta especialmente el mensaje central de esta última obra que pretende demostrar que es posible alimentar el mundo sin pesticidas, y, más aún, que sea un jurista, el experto belga de la ONU, Olivier de SCHUTTER, quien haya defendido el prestigioso Informe titulado “La agroecología y el derecho a la alimentación” (2011).
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