Esta expresión resume la utilizada en el primer libro de la Biblia: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra” (Génesis, 1, 28). Una célebre frase sobre la que se ha basado –y se sigue basando en la actualidad- la acusación de algunos ecologistas al cristianismo (formulada inicialmente en 1967, en el número 155 de la revista Science, por el historiador norteamericano Lynn WHITE) por contener un mensaje –pretendidamente- antropocéntrico y depredatorio de los recursos naturales.
Con las mismas palabras los profesores Emilio CHUVIECO (Catedrático de Geografía de la Universidad de Alcalá) y María Ángeles MARTÍN RODRIGUEZ-OVELLEIRO (Profesora de Evaluación de Imapacto Ambiental en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid) han publicado –en formato digital- un interesante ensayo cuyo título completo es: “¡Dominad la tierra! Raíces filosóficas y teológicas del ecologismo” (editorial Digital Reasons, Madrid, 2013). Partiendo de la base de que el problema ecológico es –según sus autores- uno de los más graves que actualmente afectan a la humanidad (poniendo incluso en peligro la existencia de la especie humana sobre la Tierra) y de que, en buena parte, está causado por el ser humano, se analizan las diferentes corrientes filosóficas que han propiciado la aparación de los movimientos conservacionistas y de las diferentes versiones del ecologismo que se han dado hasta el momento presente. Se realiza un exhaustivo repaso de las diversas respuestas que se han dado a los crecientes problemas ambientales bajo la óptica de un compromiso ético o moral.
Como señalan los autores, el ambientalismo como movimiento social y como planteamiento filosófico y ético innovador nace en los Estados Unidos a mediados del siglo XIX (se citan como verdaderos precursores a R. W. EMERSON y a H. D. THOREAU, y J. MUIR es el fundador de la primera asociación ecologista, Sierra Club, en 1882 que todavía pervive). No obstante, no será hasta la década de los años setenta del siglo XX cuando se produce un cambio de paradigma en el que el ser humano es consciente de su interacción e independencia con la biosfera y a partir del cual la protección ambiental pasa a formar parte de las agendas políticas.
Resulta interesante el repaso y sistematización que se hace en el trabajo de las “éticas ambientales” que se han desarrollado desde entonces, desde la “Ética de la Tierra” de Aldo LEOPOLD al “ecofeminismo” de Vandana SHIVA y de Wangaria MAATHAI, pasando por la “ecología profunda” (Deep ecology), la “hipótesis Gaia” de James LOVELOCK, la “liberación animal” de Peter SINGER, la “justicia ambiental”, etc. La mayor parte de estas visiones son “biocéntricas” o “ecocentricas” –que son dominantes en el mundo del ecologismo- que se distinguén de las posturas “antropocéntricas” en la que el ser humano se proclama dominador de la existencia. Como postura intermedia se recoge también el “ecologismo personalista” del Profesor Jesús BALLESTEROS (de cuyo planteamiento me considero deudor en muchos de sus aspectos).
También se analizan las propuestas de las grandes religiones (cristianismo, judaísmo, islam, hinduísmo, budismo e indigenismo) en relación con el problema ambiental y la conservación de la naturaleza. Muy acertada me parece la crítica que los autores hacen de la desenfocada e injusta hipótesis de L. WHITE acerca del cristianismo (como responsable de los actuales desequilibrios ecológicos), siendo no sólo la cosmovisión ambiental cristiana de San Francisco de Asís sino también la moderna exégesis de los textos bíblicos sobre las relaciones entre el hombre y la Creación, sólidos argumentos, a mi juicio, para rebatir aquélla arraigada tesis. Y, en esta dirección, la correcta interpretación de la Biblia se aproxima más –como recuerdan los autores- al moderno concepto de la “administración o mayordomía ambiental” (environmental stewardship) que a un trasnochado y perturbador “antoprocentrismo tecnocrático”. De otra parte, pese a la rica tradición ambiental cristiana, el desarrollo doctrinal de la Iglesia Católica en esta materia se ha plasmado vigorosamente en los documentos de su Doctrina Social y, en particular, a partir del pontificado de Juan Pablo II (en sus encíclicas sociales como la Solicitudo Rei Socialis o la Centésimus annus).
Tras estudiar los planteamientos de las grandes religiones los autores concluyen que todas ellas “incluyen argumentos sólidos para enfocar las relaciones hombre-medio de una manera equilibrada, que permitiría resolver los grandes problemas ambientales del planeta”, aunque reconocen que “en ningún país estos principios se llevan a la práctica de modo efectivo”. De aquí la necesidad de afirmar una moral “ecologica” sobre un fundamento más sólido que el dominante relativismo ético. Sobre unas bases que pueden encontrarse en la naturaleza de las cosas y en un mejor conocimiento de las relaciones del ser humano con su entorno natural.
Esta visión ética del respeto a la naturaleza y del propio ser humano (que el Papa Benedicto XVI ha resumido en el concepto de “ecología humana”) implica –como destacan CHUVIECO y MARTÍN RODRIGUEZ-OVELLEIRO– revisar nuestros estilos de vida (“reducir la huella ecológica”) y nuestros hábitos de consumo (en especial en los países desarrollados), para lo cual las virtudes franciscanas de la pobreza y de la sobriedad en el uso de los bienes materiales podrían colaborar, en parte, al moderno planteamiento del “decrecimiento sostenible”. De igual forma, los mismos autores señalan los “límites ambientales de la técnica”, subrayando “los peligros que una manipulación artificial de la naturaleza puede llevar sobre el mantenimiento de los ecosistemas y la propia salud humana”. En definitiva, nos encontramos ante un profundo y recomendable ensayo en el que, por encima de las diferencias de pensamiento y de creencias que uno pueda tener, puede hallar útiles ideas que nos permitan cuidar con actitud agradecida el valioso regalo que la naturaleza nos ofrece.