Cuando estoy a punto de terminar mis vacaciones en el corazón de los Alpes austríacos, quiero celebrar la entrada nº 100 de mi blog con una referencia emocionada y agradecida a las vivencias y paisajes de las que he disfrutado durante estas semanas. Si, independientemente de su gran valor ecológico (como ya destacamos en la entrada anterior), todas las montañas tienen un especial atractivo para mi, este inmenso ecosistema alpino -que va desde Francia y Mónaco hasta Eslovenia, pasando por Suiza, Italia, Austria, Liechtenstein y Alemania, que ocupa más de 190.000 Km2, se extiende a lo largo de 1.200 kms., y en cuyo perímetro viven cerca de 14 millones de habitantes– me ha impresionado, al menos en la parte tirolesa que he conocido, por su gran prosperidad económica y su elevado nivel de organización.
Es verdad que los países que pertenecen a esta singular área geográfica son algunos de los países más avanzados de Europa, pero lo cierto es que son los únicos Estados del mundo que han sabido negociar de común acuerdo un tratado territorial que tiene por objeto el desarrollo sostenible de su compartido ecosistema montañoso. Nos referimos al “Convenio Alpino”, firmado por los ocho Estados alpinos –antes mencionados- y la misma Comunidad Europea, en Salzburgo (Austria), el 7 de noviembre de 1991, que entró en vigor en 1995, y que en 1999 las nueve partes que forman parte de él lo han ratificado.
La “Convención sobre la Protección de los Alpes” estipula la protección y el aprovechamiento sostenible de los Alpes en su integridad como ecosistema regional uniforme. Las partes convienen en establecer una política global con ese fin y en cooperar en varios ámbitos de interés común, tales como agricultura, silvicultura, ordenación territorial, protección de paisajes, cultura y población, actividades recreativas y limitación de la contaminación del aire. La Convención se concibe como acuerdo marco: sus disposiciones sustantivas se presentan en términos generales que requieren, para su aplicación efectiva, ser especificadas mediante protocolos adicionales y declaraciones. Entre 1994 y 2000 se concertaron nueve de esos protocolos, sobre agricultura de montaña, protección de la naturaleza y conservación del paisaje, planificación del uso de la tierra y desarrollo sostenible, bosques de montaña, turismo, conservación del suelo, energía, transportes y solución de conflictos.
Por sus especiales características el Convenio Alpino constituye un marco de referencia o ejemplo de acuerdo internacional de cooperación para la regulación de los usos, gestión y conservación de una zona de montaña –como los Alpes- compartida y transfronteriza. Y, este punto, cierta envidia tenemos en España por no tener un instrumento jurídico similar para la protección de los Pirineos. Este ecosistema montañoso de cerca de 55.000 Km2 y que se extiende a lo largo de 450 kms de la zona fronteriza de España y Francia, incluyendo el Principado de Andorra, cuenta desde principios de los ochenta del siglo XX con un Convenio internacional de colaboración transfronteriza que propició en 1993 la creación de la “Comunidad de Trabajo de los Pirineos” como un organismo interadministrativo de cooperación entre los tras países que pertenecen a dicho ámbito pirenaico. Sin duda que el Convenio Alpino sería un buen modelo a seguir en la futura protección de la cordillera pirenáica.
Tampoco desconocemos que la ejecución del Convenio Alpino tiene también sus dificultades de aplicación en los diferentes países, como se vio en la negociación su protocolo de transportes o en la tardanza en la ratificación de algunos de los demás protocolos. En el caso de Austria que he conocido más directamente, por lo que he podido informarme, no siempre es fácil conjugar la protección de los lugares de alta montaña vinculados con la práctica de los deportes de nieve –que mueve millones de turistas invernales- con los límites propios de los espacios naturales protegidos.
Por otra parte, algunos estudios científicos están poniendo de manifiesto los efectos del cambio climático sobre los espacios alpinos, como es el caso de algunos recientes estudios difundidos por la Agencia Europea de Medio Ambiente (Alps: the impacts of climate change in Europe today; Regional climate change and adaptation: the Alps facing the challenge of changing water resources; tambien en el estudio Europe’s ecological backbone: recognising the true value of our mountains; etc.).
Ya nos gustaría que todos los sistemas montañosos estuvieran tan excelentemente gestionados y protegidos como los Alpes, y como ámbitos de tan elevada promoción económica. Es evidente que no todo es perfecto y que es posible que el exceso de aprovechamiento económico de la zona alpina pueda acabar pasando factura en el futuro. Pero lo que no puede negarse es que aquí hay instrumentos y voluntad de cooperación internacional para su protección integral. No en vano en este privilegiado ámbito ecológico nació la afición y los deportes vinculados con la montaña (en particular, como su nombre indica, el alpinismo).